Es notable la autocensura de las editoriales de textos y tests escolares norteamericanas, para lograr que los materiales “políticamente correctos” sean adquiridos por las autoridades educativas de cada uno de los estados. (“The Language Police: How Pressure Groups Restrict What Students Learn”, Diane Ravitch, 2004)

Los libros se diseñan tomando en cuenta un intrincado conjunto de reglas para detectar las palabras y temas que deben ser evitados por ser considerados controversiales u ofensivos, eliminando temas que tendrían gran interés para los futuros ciudadanos.

Por ejemplo en los textos se censura las referencias a los esclavos africanos y las tribus nativas porque podría herir susceptibilidades. En los tests se evita mencionar el ataque al World Trade Center, el cáncer o enfermedades terminales para evitar evocar emociones displacenteras.

 

El anexo del libro trae una kilométrica relación de palabras prohibidas y otras rectificables por equivalencias políticamente correctas que no suenen a sexistas, ofensivas o etnocéntricas. Por ejemplo vendedor (agente de ventas), alcohólico (individuo con alcoholismo), ciego (persona con ceguera), congresista (miembro del congreso), portero (persona que atiende la puerta), anciano (persona de mayor edad), ghetto (vecindario con limitaciones socioeconómicas), oriental (asiático), policía (oficial de policía), etc.
Esta es una distorsión del mercado de textos, porque las editoriales se ven obligadas a acomodarse a los términos del gobierno estatal para poder vender, que es una forma de inducir a la autocensura a quien quiera venderles. Los gobernantes no deberían ser los que decidan qué libros deben usar los escolares, cosa que no está tan lejos de convertirse en la autoridad que escoge las películas, videos y publicaciones que están permitidas de ser vistas.
http://www.trahtemberg.com/articulos/812-los-textos-en-emergencia-.html

 

Para evitar estereotipar, está prohibido mostrar imágenes de madres que cocinan para su esposo e hijos, mujeres en roles de secretarias, profesoras o recepcionistas; atletas negros, hombres haciendo deportes o trabajando con herramientas; mujeres preocupadas por su apariencia externa; afroamericanos o hispanos hablando mal el idioma; migrantes latinos; gays o lesbianas teniendo problemas emocionales, etc.

Entre los temas que deben evitarse tenemos: marcas, conflictos con la autoridad, personas controversiales, crímenes, emborracharse, gente que fuma o se droga, alimentos que engordan o chatarra. A eso se agrega que las pruebas de evaluación (tests) deben evitar temas emocionalmente sensibles como aborto, adicciones, abuso animal, suicidio asistido, ser despedido, cáncer, catástrofes, abuso de niños, muertes, desobediencia de niños, homosexualidad, paganismo, embarazo, religión, sexualidad, violencia, guerras, brujería, etc.

En suma, la derecha aspira a recuperar el sentido de la familia ideal feliz del pasado, en la que no hay divorcios ni conflictos, y que va semanalmente a la iglesia. Rechaza la teoría de la evolución para no colisionar con las creencias religiosas sobre la creación del mundo por Dios. Por su parte la izquierda es militantemente feminista, secular, liberal y busca el igualitarismo en las relaciones sociales, sin jerarquías ni alusiones a grupo dominante alguno. Todos los individuos y grupos comparten igualdad de roles, recompensas, y actividades en la sociedad. En este mundo ideal todos tienen alta autoestima, comen comida sana, hacen ejercicios y gozan de ser diferentes. Ambos, censores de derecha e izquierda, comparten la creencia que la lectura es una manera de modelar conductas o inducir a distorsiones –perversiones- de parte de los lectores.

La pregunta esencial es ¿porqué los estudiantes no pueden tener acceso a lecturas sobre temas políticamente controversiales o eventos desagradables en los mismos términos que se usan en la prensa y la conversación cotidiana?

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