Uno de los criterios para tomar en cuenta a la hora de implementar políticas es la búsqueda del rédito político. Ésa es una realidad irrefutable. Sin embargo, desde el punto de vista ético no se justifica que el Gobierno busque reconocimiento en la ciudadanía poniendo en funcionamiento el Colegio Mayor Secundario e invierta en la reconstrucción de colegios emblemáticos, sin considerar que el país necesita urgentemente mejorar su sistema educativo para dar igualdad de oportunidades a todos los escolares peruanos

Cuando el 14 de diciembre del 2008 el presidente Alan García anunció la idea de hacer 50 colegios emblemáticos por todo el Perú y luego a fines de febrero del 2009 la conversión del colegio Guadalupe en el Gran Colegio Mayor Secundario del Perú, del más alto nivel académico, al que ingresarían los 500 mejores alumnos de las unidades escolares de todo el país, para realizar estudios del tercer al quinto año de secundaria, tuve una sensación positiva porque pensé que por fin el gobierno se daba cuenta que un sistema educativo como el peruano necesita instituciones públicas y privadas de vanguardia que sirvan de punta de lanza para que todo el resto del sistema aprenda de sus nuevas metodologías y enfoques pedagógicos. La propuesta sonaba similar a la de los buenos colegios científicos de Costa Rica. Después de todo, reformar 95,000 colegios a la vez, tan heterogéneos y culturalmente distintos podría parecer poco sensato. En cambio, empezar con casos especiales que sirvan de efecto demostración para todos los demás, a partir de algunos modelos que evidencien funcionar muy bien, parece ser una mejor idea.

Y, en general me parece buena la idea de crear instituciones de vanguardia que, al tiempo que formen la élite de cada generación en las diversas especialidades, sean profesores, científicos, artistas, literatos, etc. sirvan también como laboratorio para experimentar nuevas modalidades de gestión y pedagogía que luego puedan chorrear hacia el resto del sistema.

Pero mi sensación positiva duró poco: se desvaneció cuando descubrí que ambos asuntos eran producto de una gran improvisación, y parecían ser más el resultado de un antojo presidencial que de un plan meticulosamente pensado para sacar adelante nuevos modelos de trabajo educativo.

En el caso del Colegio Mayor Secundario Presidente de la República, que inició sus funciones el 1 de marzo del 2010, su solo nombre ya parecía responder más a un afán de notoriedad presidencial que de una innovación educativa. En lo que concierne a los colegios emblemáticos, que no eran más que las antiguas Grandes Unidades Escolares reconstruidas a partir del año 2009, se escogieron solamente una veintena entre aquellos que estaban ubicadas en avenidas principales de Lima, para que pudieran servir como propaganda electoral, dada la enorme afluencia diaria del transporte en esas zonas. Me hizo recordar los colegios anaranjados de Alberto Fujimori colocados también estratégicamente para que todos los 3,000 pueblos beneficiarios tuvieran frente a sí un monumento a cuyo autor rendir culto (por décadas).

Ambas intuiciones parecen tener sentido cuando en las encuestas en las que se recuerda con simpatía a ambos presidentes el tema de la infraestructura educativa tiene un lugar preferencial. Pero hay muchas más razones por las cuales ambas ideas son discutibles (y hasta censurables) desde el punto de vista psicológico y educativo.

En cuanto al Colegio Mayor Secundario Presidente de la República, adolece de ocho contradicciones estructurales: Una: centralizar en Lima a 900 alumnos, de los cuales 600 vienen de otras regiones, contrariando el objetivo de la descentralización. Otra vez se jerarquiza a Lima como la cabeza superior del Perú. Más sentido hubiera tenido hacer uno en cada región…

Segundo, en plena adolescencia de los estudiantes, que es la época más difícil desde el punto de vista del desarrollo de la identidad, se los saca de su colegios, su familia, sus amigos, su barrio y se les manda solos a otro lugar a integrarse con otros 900 con la mismas conflictos existenciales, sin garantía de orientación adecuada.

En Tercer lugar, el Perú no tiene experiencias positivas en internados escolares de adolescentes, y de buenas a primeras se crea uno sin tener el personal especializado para hacerse cargo de los jóvenes. Poner obstetras y policías femeninas de civil como vigilantes no es una fórmula muy inteligente (aunque refleja subliminalmente los temores de los directivos). Por si fuera poco, buena parte del costo del proyecto se va en temas no académicos vinculados al internado.

Cuarto: los profesores elegidos no fueron evaluados psicológicamente antes de ser contratados, y la mayoría eran profesionales de diversas áreas sin título pedagógico y con sueldos muy por encima de los ofrecidos en la Carrera Pública Magisterial. ¿En que quedamos? ¿No era que la CPM seleccionaba a los mejores docentes del Perú? ¿Porqué no escogerlos de allí? En los hechos, el mismo Oscar Becerra y su equipo directivo no confían en los profesores titulados peruanos.

Quinto: no veo razón para que el derecho a la educación estatal gratuita se aplique de manera discriminatoria a usuarios de la educación pública y se excluya a los de la privada. Todos tienen el mismo derecho constitucional y legal. Además, si se trata de formar a la elite de la generación ¿otra vez se separará a los peruanos por niveles socioeconómicos? ¿Porqué no dar oportunidad que los mejores del mundo privado interactúen y convivan de igual a igual con los mejores del mundo estatal?

En sexto lugar, ¿cuál es la innovación? ¿Simplemente agregarle horas de estudio para atosigar a los estudiantes con más y más contenidos escolares? Esta podría haber sido la oportunidad para experimentar nuevas metodologías, para fomentar la creatividad, la inventiva, abrir espacios para cultivar los talentos que derivan de las inteligencias múltiples; sin embargo, más parecería una academia pre universitaria que un colegio líder en innovación. Qué pena que en la comisión organizadora no se colocase a la gente más recorrida en el mundo de la innovación educativa, que sobran en el Perú.

Séptimo: ¿cómo se trabajan las diferencias entre los mejores alumnos de regiones tan diversas como Arequipa y Loreto? ¿Qué propuesta existe para compensar las diferencias? ¿O dejan que cada uno se las arregle por su cuenta? En los hechos, en el 2010 ha sido así.

Finalmente, un presupuesto de más de 30 millones de soles para un solo colegio será muy difícil de sostener en el tiempo, más aún cuando ese colegio se creó para rendirle culto a la personalidad del presidente Alan García.

En Costa Rica existen los colegios científicos para los mejores alumnos que ingresan a los últimos dos años de secundaria. Pero allá no se discrimina a los egresados de uno u otro colegio público o privado, -todos se pueden presentar-, ni tienen el régimen de internado, porque hay un colegio científico por región, que son nueve. Además, están instalados en el campus de la universidad nacional regional, que por convenio provee laboratorios, bibliotecas, aulas, profesores, con lo que se reduce notablemente la inversión requerida para su operación. El Ministerio paga al director y a los profesores. Esa opción no deja de ser interesante para ser evaluada como alternativa.

COLEGIOS EMBLEMÁTICOS

En lo que atañe a los colegios emblemáticos, el caso también es muy grave. Hay en el Perú más de 65,000 colegios públicos, de los cuales unos 25,000 son unidocentes (8,000) o multigrado incompletos, la mayoría con serias carencias de infraestructura, agua, electricidad, baños, acceso a Internet, materiales educativos; incluso a veces no cuentan con docentes para todos los días del año.

Gastar 250 millones de soles en 25 colegios y dejar de lado todo lo otro es una cachetada a la pobreza (entre todos los emblemáticos han sido más de 1,000 millones de soles). Se trata de una típica política anti-pobre con meros fines electorales. Por si fuera poco, no hay fondos para darle el mantenimiento que permita no desperdiciar la inversión realizada, ni tampoco esquemas del tipo fundación que permitan alquilar instalaciones en buen estado y generar recursos que permitan que se revierta ese dinero autogenerado para brindar seguridad y mantener los colegios, de los cuales ya se han robado algunos accesorios.

Desde el punto de vista educativo estratégico, con excepción de Asia, en todo el mundo se están dejando de lado los colegios enormes, porque resulta ingobernable tener miles de alumnos, miles de padres y cientos de profesores a cargo de una misma administración y un mismo proyecto educativo. Hubiera tenido más sentido hacer colegios más pequeños, cada uno con su propia identidad.

Junto con ello, ahora los alumnos de los colegios que iban reduciendo su alumnado para concentrarse en los conos, nuevamente tienen que viajar largas distancias para reconcentrarse en las zonas tradicionales de la ciudad. ¿No tendría más sentido colocar colegios buenos pero más pequeños en los conos y, en general, planificar al menos un buen colegio secundario por barrio, en lugar de mover a todos los adolescentes por toda Lima, con el consecuente gasto y congestión vehicular?

Una de las dimensiones que hay que investigar antes de seguir invirtiendo el dinero es el del tamaño óptimo del colegio. Cada vez se acumula más investigación en el sentido de que el concepto de colegio grande con miles de alumnos, justificable desde el punto de vista de las economías de escala, – porque permite tener en un área campos deportivos, laboratorios y talleres bajo una sola administración-, no lo es desde el punto de vista educativo.

Desde la década de 1990 se han producido innumerables investigaciones que evidencian de manera abrumadora las ventajas de los colegios pequeños tanto en primaria como en secundaria. Los primeros y más notorios fueron los de Williams D.T. (“The dimensions of education: recent research on school size”, 1990) y Cotton K. (“School size school climate and student performance”, 1996).

Según ellos, los límites ideales para el tamaño de los colegios están entre 300 y 400 alumnos para colegios de primaria, y entre 400 y 500 para colegios de secundaria. (ERIC-ED 401088 dec 96 Affective and Social Benefits of Small Scale Schooling y otros)

En su momento, Cotton sintetizó 103 estudios sobre el tema y concluyó que las razones de la ventaja de los colegios pequeños son varias: en ellos hay una mayor familiaridad que facilita la interacción educativa, la preocupación individual por cada alumno, un sentimiento de pertenencia más intenso, mejores relaciones interpersonales y mayor capacidad de control, lo que produce una asistencia más alta y deserción más baja. También permite mayor flexibilidad en la gestión, conformar equipos docentes que se conozcan y trabajen juntos, integrar sus materias de modo interdisciplinario, etcétera.

Dos años después, Gerald W. Bracey, en la revista Phi Delta Kappan de enero de 1998 reseñó los hallazgos de Valerie Lee y Julia Smith de la Universidad de Michigan. Ellas usaron la base de datos de las pruebas nacionales de rendimiento de matemáticas y lenguaje para los grados 8º, 10º, y 12º. del año 1988 y encontraron varias cosas importantes referidas a colegios que tenían entre 100 y 2,800 alumnos. El rendimiento de los alumnos crece con el tamaño del colegio hasta llegar a 600 alumnos. Luego se estanca hasta los 900 alumnos. De allí en adelante empieza a decrecer. El efecto es realmente notable, porque si el efecto por tamaño es normal para una correlación entre 0.3 y 0.5, el efecto de tamaño llega a -1.0 para lenguaje y a -1.8 para matemáticas.

Cuando se examinaba la variable socioeconómica de los alumnos (16% superior y 16% inferior) versus el tamaño de colegio se obtenía lo siguiente:

1) Los alumnos del nivel socioeconómico alto obtienen siempre mayor rendimiento que los de nivel socioeconómico bajo, independientemente del tamaño del colegio.

2) El efecto negativo del tamaño del colegio sobre los rendimientos escolares es mucho menor entre los alumnos de niveles socioeconómicos altos que entre los del nivel bajo.

3) Finalmente, considerados el porcentaje de alumnos asistentes procedentes de minorías étnicas con desventajas (inmigrantes latinos, negros, etcétera), a partir de los 900 alumnos, la brecha entre los rendimientos de los colegios con poco porcentaje de alumnos procedentes de minorías étnicas va creciendo al compararse con el rendimiento de los colegios con alto porcentaje de alumnos procedentes de minorías étnicas en desventaja, en perjuicio de estos últimos.

Nueve años después el New York Times informó sobre el excelente resultado que trajo la política del alcalde Bloomberg de reducir 12 grandes colegios secundarios de Nueva York (con 2,000 a 5,000 alumnos c/u) y convertirlos en 47 nuevos colegios más pequeños («Small Schools Are Ahead in Graduation», Julie Bosman 30/6/2007). Si hasta el 2002 la tasa de graduación fue de 40%, luego del cambio subió a 73% (por encima del 60% de toda la ciudad) incluyendo a 8 de ellos que llegaron a más de 90%.

Hay colegios privados y públicos que en su momento lograron superar estas limitaciones para lograr buenos resultados en sus egresados. Sin embargo, no está de más tomar nota de esta dimensión educativa del tema para nuestros tiempos actuales, antes de disponer la continuación de la remodelación de la infraestructura estatal actual siguiendo los mismos criterios de hace 50 años.

REFLEXIÓN FINAL

La educación peruana requiere innovación e infraestructura. Pero concentrar alumnos en unos pocos colegios remodelados para hacer más de lo mismo, difícilmente será una solución para los miles de colegios que están necesitando urgentemente una autocrítica ministerial respecto a su currículo, normas, libros, capacitación docente y articulación con otros sectores que tanta falta hace, antes de creer en el milagro de la infraestructura renovada. No hacerlo llevará al equivocado enfoque de seguir culpando a los maestros por enseñar mal y a los alumnos por no poner el empeño por aprender.

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