El artículo sostiene que muchas escuelas primero compran las computadoras, presionadas por el marketing y las modas, y solamente después se preguntan qué hacer con ellas, llevándose muchas sorpresas sobre su escasa capacidad de mejorar el desempeño escolar de los alumnos.

Muchos educadores creen que las reformas pedagógicas o tecnológicas propiciadas por los ministerios o secretarías de educación se originan en la reflexión propia de los educadores escolares o universitarios, que le salen al encuentro a los desafíos de sus tiempos. Sin embargo, los hechos parecen evidenciar algo diferente. Las reformas pedagógicas y de gestión se originan muchas veces en los pareceres de los organismos de cooperación internacional, y las decisiones respecto al equipamiento tecnológico escolar se originan en los grandes intereses de las empresas productoras de tecnología, que a la par que van saturando el mundo empresarial van invadiendo el mundo escolar. Siendo que muchas de las modas educacionales de nuestros tiempos se originan en los EE.UU. (ya no en Europa), valdría la pena observar qué es lo que está pasando con el caso norteamericano, ya que el rebote lo sentiremos luego en América Latina.
Desde mediados de los años 1980’s en EE.UU. las empresas privadas, especialmente las vinculadas a la tecnología, se han ido ocupando crecientemente de la educación, procurando influir en el Gobierno Federal, el Congreso y los gobiernos estatales, para exigir el mejoramiento de los logros de los alumnos a partir del uso de estándares curriculares más exigentes, pruebas nacionales anuales de rendimiento en todos los grados, sistemas de rendición de cuentas, privatización de la gestión escolar y más recientemente la introducción masiva de computadoras con acceso a internet en todas las escuelas del país. Esto último ha sido promovido por los líderes políticos y burocráticos para crear la ilusión de una espléndida reforma escolar, para lo cual se aliaron con los vendedores de computadoras y software. Así, los reformistas y burócratas tuvieron una nueva veta para inspirar sus críticas, y los políticos encontraron una nueva bandera para exhibir el camino a la mejora de la enseñanza y el acceso equitativo a la tecnología de parte de los niños pobres en especial de los que proceden de etnias minoritarias.
Los “lobbystas” tuvieron éxito, ya que en 1996 el presidente Clinton aprobó un presupuesto de 2 billones de dólares para informatizar e interconectar en 5 años todas las aulas de los EE.UU., crear software escolar y poner a los profesores en condiciones de utilizar la nueva tecnología.
El escaso impacto que ha tenido esto en EE.UU. fue revelado por Larry Cuban, prestigioso experto de la Universidad de Stanford, quien visitó escuelas en el Silicon Valley del norte de California y publicó sus hallazgos en el libro “Oversold and Underused: computers in the classroom”, 2002. Encontró que sin duda las computadoras están hoy día al alcance de todos en las escuelas y que los alumnos han desarrollado las habilidades básicas para manejarlas. Lo que no le quedó claro es de qué manera eso ha contribuido a ganar eficiencia en la enseñanza y aprendizaje, porque no ha habido avances en la última década en el rendimiento de los alumnos en pruebas estandarizadas. Tampoco se ha producido una revolución en la enseñanza y aprendizaje en la vasta mayoría de las aulas norteamericanas. Los profesores usan la tecnología para seguir haciendo lo que hacían antes sin computadoras: comunicarse con padres y administradores, preparar syllabus, lecturas o pruebas, registrar notas, etc.
Su conclusión es contundente: las computadoras han sido sobrevendidas por sus promotores y funcionarios y subutilizadas por los profesores y alumnos. La pregunta que deberíamos hacernos, pensando en términos de costo-beneficio, es si el mismo dinero se podría utilizar más productivamente para mejorar la educación si se redujera el tamaño de las clases, se elevaran los sueldos de los profesores, se renovaran los deteriorados edificios escolares, se crearan comunidades educativas en torno a las escuelas, se extendiera al día completo los grados de pre escolar, se hicieran programas interdisciplinarios en la secundaria, se desarrollaran programas innovativos de arte en la primaria y/o si los alumnos aprendieran un tercer idioma en la baja secundaria.
Los reformistas escolares norteamericanos por su parte olvidaron la misión democrática que está en el corazón de la escuela pública, ignorando la importancia crítica del capital social y el fortalecimiento de los comportamientos cívicos, al comprometerse de manera muy restringida a las soluciones tecnocráticas a los problemas de la sociedad y la escuela.
La revisión de lo ocurrido en EE.UU. resulta muy aleccionador para los países latinoamericanos que de una u otra manera están haciendo cosas similares en materia de introducir las computadoras a la escuela, por lo que sería bueno hacer un paréntesis antes de seguir adquiriendo más y más computadoras para las escuelas.
No hay duda que todo alumno, al igual que todo trabajador, en algún momento tendrá que usar una computadora. Ello le dará acceso a una herramienta que le permitirá dominar los códigos de la modernidad. Pero eso no quiere decir que ello automáticamente cambiará los fundamentos de la enseñanza que conocemos hasta hoy. Lo que vemos por ahora es que los profesores que usan las computadoras lo hacen para sostener sus prácticas docentes habituales. Por lo tanto debemos tener mucho cuidado para evitar que el excesivo énfasis en el uso de la tecnología de la información en la escuela trivialice los grandes ideales educacionales como son el desarrollo personal y social de los alumnos, tanto individual como grupal; su capacidad de reconocer y tolerar la diversidad y aceptar que todos tienen fortalezas y limitaciones; el cultivo de la autoestima y autodisciplina; la capacidad de lidiar con situaciones conflictivas y de postergar la satisfacción de placeres aún frente a una insistente presión del grupo que pudiese pretender doblegar sus principios; etc. Nada de esto se logrará por el solo hecho de introducir computadoras al quehacer escolar.
Por lo tanto, parecería tener más sentido desarrollar una “revolución lenta”; es decir, aceptar que más y más alumnos y profesores se vayan volviendo usuarios habituales de las computadoras, conforme el uso de “hard” y “soft” penetre más y más en nuestra sociedad, y mientras paralelamente vaya madurando su posible uso efectivo en la escuela, pero sin alocarse porque ese proceso es aún muy lento.
Mientras tanto, veremos cómo los profesores usarán más las computadoras en sus casas y cabinas públicas que en la escuela, y los investigadores las usarán más para sus experimentos que para la enseñanza universitaria, sin que ninguno de ellos cambie su manera tradicional de enseñar. En suma, adoptarán la tecnología para apoyar las formas tradicionales de enseñanza. El ejemplo típico es aquel de la escuela que introduce dos horas semanales de computación en el horario escolar, con metodologías, contenidos y ritmos de avance uniformes para todos los alumnos por igual, y con sesiones con tiempos limitados tal como se hace para enseñar historia. Es decir, sin la más mínima transformación de las estrategias de enseñanza. Mientras eso ocurra, la irrelevancia de la enseñanza tradicional se hará más visible aún, porque los alumnos dominarán mucho más la computadora que sus profesores, y estarán en mucho mejores condiciones de enseñarles su uso que a la inversa.
Creo que lo esencial de las prácticas de enseñanza y aprendizaje tradicional se mantendrá vigente por mucho tiempo aún y que hay que dejar de creer ilusamente que las computadoras transformarán la enseñanza de esta generación de docentes. El profesor de carne y hueso seguirá siendo la gran máquina docente por mucho tiempo más, por lo que el escaso dinero disponible para la educación debería colocarse allí donde tenga la mayor rentabilidad educativa y el mayor efecto multiplicador.