Cuando confrontamos los planes de desarrollo educativo nacionales e internacionales con la realidad de la creciente desintegración planetaria, tenemos la sensación de que “algo falta”. En la edad media, la educación se basó en la teología como fuerza unificadora. En los siglos recientes, las humanidades, ciencias y economía privilegiaron el desarrollo humano, produciendo la educación que nos ha llevado a la situación actual. Lo que parece faltar a esta educación es la relación de las personas con los otros componentes no humanos del mundo en el que vivimos. De allí que haya llegado la hora de introducir la cosmología a nuestros valores y al quehacer educacional, es decir, una conciencia ecológica que se preocupe del bienestar del planeta tierra y de los seres humanos que viven en él.
Si educamos a las nuevas generaciones para que vivan en un mundo en el que se están extinguiendo tantas especies vivas, es necesario que los estudiantes conozcan las consecuencias de la conquista de la tierra que cada vez más amenazan nuestra supervivencia: los bosques tropicales se extinguen a razón de 11 millones de hectáreas anuales; los países industrializados han dañado 31 millones de hectáreas con las lluvias ácidas y la polución; anualmente se convierten en áreas desérticas 6 millones de hectáreas; hay 2,500 depósitos de residuos tóxicos que requieren ser limpiados; miles de especies animales y vegetales se extinguen al año que tan solo son la avanzada del resto de la especie humana; la temperatura promedio del planeta se proyecta que subirá de 1.5 a 4.5 grados centígrados de aquí al 2050.
En cuanto al agua, miles de lagos están muertos y otros miles están muriendo; 50 pesticidas contaminan las aguas subterráneas de 32 principales ciudades norteamericanas y además las aguas subterráneas de las que se abastecen Africa, China, India y Norteamérica se están agotando; la mitad de la población mundial no tiene acceso a fuentes de aguas limpias, calculándose además que el agua sucia o contaminada es el responsable del 80% de las enfermedades contagiosas que afligen al mundo. En cuanto al clima, siguen elevándose los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera lo que agranda los agujeros de ozono, facilitando la expansión de las enfermedades y el cáncer a la piel, alterando además el clima que producto de los deshielos hará que aumente el nivel del mar entre 1.4 y 2.2 m para el año 2100.
Basado en todos estos datos presentados en su libro “Transformative Learning” (1999) Edmund O’Sullivan sostiene que la modernidad ha llegado a su límite y estamos experimentando la plena fuerza de las limitaciones del modelo racional-industrial que corresponde a la globalización económica trasnacional, que amenaza la soberanía nacional. Y es bajo la retórica de la globalización que se ha empujado a la educación a desarrollar las lealtades hacia el mercado global transnacional.
Por lo tanto la tarea educativa fundamental de nuestros tiempos, si elegimos vivir en un habitat planetario sustentable para todas las formas de vida interdependientes, será la de construir una visión planetaria de la sociedad que sea ecológicamente sustentable que es precisamente ese “algo que falta” en nuestras agendas políticas y sociales.
Las dimensiones básicas de la prospectiva humana son la supervivencia y transformación, o dicho en otras palabras la paz y el desarrollo, que están intrínsecamente amarradas. La actual dirección histórica, bajo la visión de la globalización planetaria, es un mórbido proceso que es tóxico para la tierra y para todos sus habitantes. Las decenas de problemas ecológicos ponen en jaque a nuestra educación que deberá resolver entre negar este terror o lidiar con los increíblemente crecientes peligros que amenazan a nuestro planeta.
La tarea crucial de los educadores que hemos sido educados para un nacionalismo del estado-nación y para ser apologéticos de las sociedades industriales, es la de desarrollar una alerta hacia esta destrucción planetaria y promover el desarrollo de habilidades críticas para resistir la saturante retórica de la globalización y del mercado de consumo planetario. En otras palabras, necesitamos una alfabetización ecológica.
No olvidemos para terminar, que nuestro mundo interno responde a nuestro mundo externo. Sin la majestuosidad y belleza del mundo externo no podemos desarrollar la belleza en el mundo interno. Conforme los seres vivos que nos rodean vayan muriendo, iremos muriendo nosotros junto a ellos con lo que también irá muriendo nuestra alma. Hagamos algo al respecto, y heredémosle a nuestros hijos un planeta más limpio, más sustentable, en el que las enfermedades ecológicas no los condenen a muerte.