“Las escuelas atraviesan una crisis de sentido” es el título del reciente artículo de Jorge Eduardo Noto publicado el 24/4/2006 en la revista virtual TENDENCIAS 21 en el que sostiene que “hay que abolir la escolaridad moderna para crear una nueva estructura acorde con los tiempos”.
Ocurre que la escuela está envuelta en una crisis compleja que usualmente se atribuye a causas externas: el gobierno, la organización, el sistema, las reformas, el descuido de las familias, el desinterés de los alumnos, la falta de profesionalismo de los docentes, la infraestructura, el presupuesto, etc. Sin embargo esta nueva era en la que vivimos no ha visto aparecer instituciones que respondan a las exigencias de nuestros tiempos. La escuela está demasiado apegada a formas históricas que repiten lo que siempre se hizo y se hace.
Desde que la educación se convirtió en sinónimo de escuela, dejando de lado las diversas formas no escolarizadas de educación, se convirtió en un recurso asociado al desarrollo de las ideas fundamentales de la modernidad. Las diversas instituciones y los circuitos de poder han encontrado en la escuela el espacio para su reproducción fiel y efectiva. La escuela creó el hombre moderno que “debía convertirse en súbdito, ciudadano, soldado, trabajador, empresario, colonizador, gobernante”… para lo cual “debió constituirse previamente en una persona moralizada, civilizada, obediente, controlada, disciplinada, vigilada, subordinada, clasificada, distribuida, productiva, envuelta en las categorías y en la tradición cultural vigente”.
La escuela moderna convertida en universal y obligatoria se volvió objeto de legislación y control hacia el siglo XIX, cuando casi la totalidad de los estados redactaron sus leyes armando sus sistemas educativos. Esta escuela se constituyó en una especie de hardware en el que sucesivos usuarios instalan el software que la transforma en un instrumento a su servicio.
Sin embargo, la escuela no es más lo que era. La efectividad de cinco siglos concluyó porque se ha deteriorado su presencia real y simbólica. La escuela ya no pude subsistir sin la presencia y los caracteres de la modernidad que ha entrado en crisis porque las ideologías han muerto junto con las utopías, hay dudas respecto al progreso y el fin de la historia, las sociedades son frágiles, los conceptos de revolución, patria, nacionalidad, territorios, creencias, han cedido frente al avance de la razón débil, los conocimientos emocionales, intuitivos y fragmentarios.
A la escuela le han dejado la cáscara y el rol, pero con otros actores, libreto, paisaje y público. La escuela procura sentirse bien aparentando que logra sus objetivos y que responde a las demandas, aunque en realidad está casi muda y logra apenas hacer que la escuchen. Nadie quiere destruirla, pero sobrevive más por tradición que por responder a la demanda.
La escuela es un enfermo al que se observa y cuyos síntomas se describen, pero sin llegar a su enfermedad de base, que es el hecho de estar vacía, sin valores, desinteresada por los alumnos, sin apoyo de las familias, con rendimientos decrecientes, con violencia interna, con contenidos desactualizados y un sin fin de problemas con los docentes. En suma, está huérfana de respaldos efectivos y de un cuerpo de ideas que le permitan remontar de nuevo vuelo.
Es necesario abolir el formato de la escolaridad moderna para crear una nueva estructura acorde con los tiempos en marcha ya que todo intento de remediar lo que se tiene será inútil. La crisis de la escuela exige que seamos atrevidos para procesar la experiencia y los datos del pasado para crear una estructura nueva. Nos hemos olvidado de crear una nueva institución capaz de responder a las demandas del presente y el futuro. Se requiere de nuevas estructuras, concepciones del tiempo, espacio, relaciones, cultura, control, organización, funcionamiento… capaces de responder a las posibilidades y demandas de alumnos, docentes, familia y sociedad actual. Por encima de todo, hace falta una nueva visión de la educación y una mirada profética sobre la escuela capaz de ser un motor que la movilice.
Eduardo Noto hace así una buena conceptualización sobre el pasado y la crisis actual de la escuela, pero se queda corto en proponer los lineamientos y parámetros sobre los cuales debe construirse la nueva escuela. Dada la versación mostrada por Noto podría haber redondeado su propuesta con referencias a temas de gestión, tecnología, recursos humanos, financiamiento novedoso, atención a las demandas emocionales y habilidades sociales de los estudiantes y las familias, etc.
Sin embargo, bien vale la pena reflexionar sobre el enfoque diagnóstico de Noto y pensar cada cual en el tipo de escuela que respondería a los retos planteados.