Los Andes, Puno 10 05 2015

En los últimos años me he entrevistado con cientos de padres de familia ex alumnos de colegios religiosos y confesionales (incluyendo el que yo dirigí años atrás) que están en el trance de decidir por el colegio al que inscribirán a sus hijos, y he encontrado una creciente tendencia a señalar que al colegio al que fueron no mandarían a sus hijos.

Al preguntarles por qué esa negativa, suelen señalar que les resultó insoportable la rigidez, el dogmatismo, la verticalidad y unilateralidad del trato de las autoridades, la falta de comprensión de sus necesidades y dificultades, la competencia y presión por las notas para lograr lo que denominaban la “excelencia”. Todo esto se hace más notorio en quienes estaban en el 50% inferior en sus méritos escolares o en aquellos padres que tienen hijos creativos, curiosos, inquietos, exploradores, que temen que en esos colegios los van a encasillar. La expectativa más común es “¡Quiero que mi hijo sea feliz, que disfrute de su vida escolar!”

A diferencia de todos los otros colegios en los que se promueve la excelencia en notas como un valor supremo, en los colegios religiosos resulta un factor de incoherencia con los principios morales por los que abogan. Pocos alumnos sienten que en sus profesores prima la comprensión, paciencia, preocupación por los más débiles e incentivo a los compañeros para que sean solidarios. Sienten ausente la esencia de la vida religiosa que demanda pensar en el bienestar del prójimo, ser solidarios, generosos, más aún en ambientes de competencia en que todo el tiempo se jerarquiza entre los buenos y malos alumnos (a los que se manda a terapias, tomar medicamentos o asumir clases particulares); se exalta la excelencia en términos competitivos que sobre valora al primero, al mejor, a quien está por encima de los otros, que son propias de una mentalidad individualista y competitiva que daña el sentido de colectividad entre pares, que es esencial para la vida en comunidad religiosa.

Por supuesto que hay quienes tienen excelentes recuerdos de su colegio religioso y envían a sus hijos a colegios similares, pero la pregunta es (y en eso soy autocrítico de mi propia actividad en el pasado) ¿no hay lugar a revisar las estrategias pedagógicas de los colegios religiosos o confesionales, que al menos en parte producen la sensación descrita entre sus egresados?

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PD: no quiero ser mal entendido. En muchos colegios religiosos hay docentes religiosos y laicos con enorme vocación y pasión educativa, que logran buenos vínculos con los alumnos y que cultivan valores que para muchos quedan para toda la vida. Lo que hay que revisar son aquellas estrategias pedagógicas que utilizan que frustran a los alumnos.

En FB https://www.facebook.com/leon.trahtemberg/posts/649748451792360?pnref=story

Artículo afin:

«Los alumnos que no compiten tienen una mejor salud mental” (David Johnson) «Cada vez que dos estudiantes trabajan juntos, la relación cambia: se entienden mejor, se aceptan y se apoyan mutuamente tanto en lo académico como en lo personal. Cuando no compiten, mejora su salud mental; ganan autoestima y mejora su habilidad para lidiar con el estrés. El grado de vinculación emocional entre los estudiantes tiene un profundo efecto en su comportamiento en el aula. Cuanto más positiva es esa relación, menores son las tasas de absentismo y de abandono. El sentimiento de responsabilidad sobre el grupo incentiva las ganas de emprender proyectos de mayor dificultad y mejora la motivación y la persistencia para alcanzar una meta conjunta. El grupo se siente unido frente a ataques externos o críticas y crece el compromiso por el crecimiento personal y académico del resto de miembros del equipo. Los niños que requieren tratamiento psicológico suelen tener menos amigos y sus amistades son menos estables a largo plazo. La esencia de la salud psicológica es la habilidad de construir, mantener y modificar las relaciones con los demás para conseguir determinados objetivos. Los que no son capaces de gestionarlo suelen presentar mayores niveles de ansiedad, depresión, frustración y sentimientos de soledad. Son menos productivos y más inefectivos en combatir la adversidad».

Testing times: children’s education should not be a competition, Stephanie Dowrick, MAY 4, 2018 Falsely “tough» competitiveness between children, adults, nations seems to drive conservative ideology increasingly. And it is profoundly unintelligent. It brings out the best in neither those currently “winning” – but in fear of losing their edge – nor those already “missing out” or regarding themselves as “losers”. By submitting your email you are agreeing to Fairfax Media’s terms and conditions and privacy policy. We learn best when we are most engaged and interested. We do not learn best when we are highly stressed or anxious. How simple is that? Cramming for exams narrows thinking. It does not teach what “thinking” and especially fresh or creative thinking can allow.