El Perú juega un rol desfavorablemente asimétrico en sus vínculos con los diversos países del mundo: consumimos lo que los otros países crean y producen, pero les aportamos muy poco. Sea en el comercio, la ciencia y tecnología, los deportes, las patentes y galardones, etc. es muy poco lo que el Perú crea o produce que pueda interesar a la humanidad. En esa perspectiva, el Perú es un país prescindible en el mundo, que puede vivir perfectamente bien sin nosotros, con la excepción de nuestras drogas y personajes como Abimael Guzmán, Vladimiro Montesinos o Alberto Fujimori.
Si no nos limpiamos de estas manchas no es mucho lo que podremos heredarle a nuestras jóvenes generaciones en términos de nuestro prestigio nacional.
En la reciente “Consulta para un Acuerdo Nacional por la Educación” la demanda más señalada por la población fue la ausencia de valores y de orgullo nacional. Pero no se refiere al orgullo que se deriva de izar obligadamente una bandera rojiblanca en Fiestas Patrias bajo pena de multa, o de escuchar el himno nacional en las raras ocasiones en las que algún equipo peruano logra un triunfo deportivo. Se refiere a los valores que hacen que los peruanos nos sintamos bien con nosotros mismos al vernos reflejados en los medios, y que se nos erice el cuerpo cuando escuchamos de las conmovedoras y muchas veces heroicas gestas de tantos peruanos humildes que sin vestir trajes de etiqueta o uniforme militar (que les faciliten una entrada a los textos escolares), crean ciencia, producen y comercializan honestamente bienes y servicios, y combaten dignamente la pobreza sin incurrir en delitos o perversiones.
El gobierno transitorio del Presidente Valentín Paniagua ha activado la reserva nacional de dignidad, valentía, honor y solidaridad que si se generaliza podría convertirse perfectamente en nuestra señal distintiva. Pero una fracción de año no basta para revertir nuestra cultura de la coima, el egoísmo y la indiferencia. En ese sentido, el verdadero gobierno de transición será el de Alejandro Toledo, quien deberá escoger entre el retorno al pasado o la consolidación del aporte decente de Valentín Paniagua.
Sin embargo, nos falta compartir una visión sobre qué es lo que esperamos que el mundo nos reconozca y aprenda de nosotros, para luego asumir la misión de aportarle a la humanidad estos valores de la peruanidad.
Podemos aportar por ejemplo esta enorme reserva moral y de valentía que fue capaz de revertir la más sofisticada de las dictaduras y convertirla en una democracia viable. Estabamos muy cerca del abismo y del golpe militar, y sin embargo pudimos hacer una transferencia relativamente pacífica con elecciones impecables. <>br Junto con ello, podemos aportar la inusual multiculturalidad que se expresa en el gobierno y congreso, donde realmente se mezclan todas las sangres de los criollos, mestizos, andinos, indígenas, descendientes de chinos, japoneses, italianos, árabes, practicantes católicos y judíos, todos los cuales conviven unidos por los ideales de la peruanidad.
También podemos aportar el contraste entre haber producido a Abimael Guzmán y Vladimiro Montesinos, el más cruel de los criminales y el más perverso de los corruptores de la región, y a la vez haber producido a un presidente de la talla de Valentín Paniagua, humilde y valeroso personaje a quien tanto le debemos, cuyas capacidades de liderazgo presidencial son hoy en día la envidia de no pocos países y organismos internacionales.
También puede aprender de nosotros los países que tengan una institucionalidad destruida pero que en base a las ONG,s, valientes periodistas y activistas de la lucha social, han logrado sostener a la nación en sus circunstancias más oscuras.
Finalmente podemos enseñarle al mundo cómo dar grandes saltos para mejorar la educación de lo cual otros luego podrían aprender. Para ello debemos dejar de copiar los modelos convencionales que nos presentan los consultores y organismos internacionales para abocarnos en cambio a una genuina y autóctona reforma educativa, que no tema derribar mitos y construir nuevos paradigmas a partir de los aportes y ocurrencias de los peruanos más talentosos y creativos que hay en todos los sectores sociales, profesionales y gremiales.
De este modo podremos mostrarle al mundo cómo un país pobre, destruido y prescindible, en plazos cortos es capaz de convertirse en un imprescindible ejemplo de construcción de democracia y exitosa lucha contra la impunidad, la pobreza y la deficiente educación. Difundir y prestigiar estos valores podrían ser la verdadera misión educativa de Alejandro Toledo. Buena Suerte.