Resulta interesante aunque chocante ver cómo el uso del VAR (del inglés video assistant referee) ha invadido el fútbol, y en algunos casos ya se ve al árbitro del partido camino a convertirse en un mero ejecutor de las indicaciones que derivan de los jueces externos que con todos los apoyos tecnológicos observan el partido.

Ellos detectan situaciones conflictivas respecto a goles, penales, expulsiones y confusiones de identidad de los amonestados, que van más allá de la capacidad de observación del árbitro, por lo que repiten jugadas para observarlas detenidamente y luego le transmiten sus conclusiones al árbitro oficial mediante un auricular (quien casi siempre las acepta como correctas y procede según ellas). También se da la inversa, en la que el árbitro que no vio bien una jugada pide a los del VAR que le digan qué fue lo que realmente pasó, desde la tranquilidad de su despacho distante y aislado.

El efecto inicial para el público y los jugadores es un frenazo a la continuidad del juego en tanto procede la consulta, rompiendo la tensión propia de un partido continuado. Pero pronto tendremos a un árbitro que no necesite ir al VAR porque sus colegas externos ya habrán visto las jugadas que resolverán estos casos de conflicto, y más adelante ni siquiera se requerirá de árbitros externos porque usando macrodatos e inteligencia artificial, los equipos tecnológicos podrán detectar por sí solos si hubo una falta y qué sanción corresponde para transmitírselo en tiempo real al árbitro en el campo de juego. Además, pronto no se necesitará un árbitro humano porque su función podrá hacerla un robot dotado con sensores propios y externos que le permita captar y analizar cada jugada y resolver las sanciones que fueran necesarias.

Imaginemos con una analogía no tan disparatada que pronto también tendremos jueces civiles y penales cuyos “juicios” podrán ser sustituidos por la inteligencia artificial a partir de macrodatos de todos los códigos legales, y el análisis de antecedentes y evidencias de cada caso. Bastará consultarle a un juez-robot para tener resuelto el caso al instante.

Lo mismo funcionarios-robots para atender créditos bancarios, revisar currículos para identificar los más idóneos para un empleo, cotizar seguros de salud y vida, tutoría escolar especialmente para niños con necesidades educativas especiales cuyo robot-tutor se alineará específicamente con los datos de su perfil de aprendizaje de manera más eficaz que las de un limitado profesor-humano, etc.

Este es el mundo que se viene. Algunos de los ejemplos mencionados ya están usándose. La pregunta reiterada es qué tipo de formación personal, social tecnológica y ética requieren nuestros niños y jóvenes de hoy para vivir adaptadamente en los contextos sociales y tecnológicos que se avizoran para la década en curso -y las que sigan-, y si esta queda resuelta acentuando la enseñanza y evaluación “ad aeternum” de las áreas escolares privilegiadas de matemáticas y comunicación, así como separando en las universidades las carreras de ciencias y humanidades. Quizá es hora de mutar de las fórmulas educativas tradicionales hacia otra más holística, interdisciplinaria, personalizada y continuada a lo largo de la vida, conscientes de la existencia simultánea de una ciudadanía física y otra digital en la que los estudiantes de todas las edades navegan, aprenden, comunican y ejercen aquello que ha de permitirles administrar su vida de modo adaptativo y placentero.

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