El 25-10-2006 el presidente Alan García anunció que el gobierno estimularía la donación de órganos, porque a pesar que el Perú cuenta con una buena ley de donación de órganos y hay una gran cantidad de personas que está a la espera de un órgano, lamentablemente no hay suficiente vocación social para la donación. García planteó la idea de generar algunos estímulos a los familiares de los donantes como recibir un bono, ser inscritos de por vida en el seguro social y garantizarle atención médica, o recibir una distinción del Estado por haber contribuido a salvar la vida de una persona. Ya han pasado 52 años desde el primer trasplante exitoso de un órgano –un riñón, el 23 de diciembre de 1954, en Boston, Massachussets-, cuyo beneficiado sobrevivió ocho años. Pero no hay suficientes donantes. En el Perú hay uno por cada millón de habitantes. En Argentina de los 23 millones de argentinos mayores de 18 años tan sólo 342.000 han suscrito el Acta de Donación. En EEUU del 2004 había 10,000 personas en la lista de donantes pero solo 87,000 en la lista de espera. La investigación social muestra que usualmente el familiar del donante se resiste a autorizar una donación por varias razones que incluyen la confusión de la muerte cerebral con lo que podría ser un estado de coma recuperable y la dificultad de aceptar que aunque el corazón late, la persona está viva’. Junto con ello hay una serie de temores para autorizar la donación. Un estudio del Instituto de Investigaciones Sociales Gino Germani en Capital Federal y en el Gran Buenos Aires mostró que las principales motivaciones personales en contra de la donación de órganos que manifestaron los encuestados eran: 1). Desconfianza en la medicina (24%): temor de la gente a que hagan uso de sus órganos antes de que hayan muerto por el apuro de contar con el órgano a transplantar (motivado por razones económicas del premio al médico por encontrar un órgano). 2) Falta de información (23%): muchas dudas y los interrogantes, poca información. 3) Desconfianza en las instituciones (23%): temor al tráfico de órganos. 4) El rechazo a la mutilación del propio cuerpo (4%): afecta principalmente a las mujeres de clase media. 5) Creencias religiosas (3%): es comprensiblemente pequeño, si se toma en cuenta que la mayoría de los líderes de las religiones con más feligreses se han manifestado públicamente a favor de la donación de órganos. Al frente de la vereda están las motivaciones favorables para donar. La solidaridad humana (47%), la certeza de la inutilidad de los órganos que sobreviene con la muerte (generalmente es una racionalidad presente en los más jóvenes) (21%), la reciprocidad “yo también podría algún día necesitar un trasplante” (14%), y el sentido de trascendencia (8%) “donando podría seguir viviendo en otra persona”. Sin embargo todo ello está supeditado a la constatación de la muerte cerebral del paciente, que se produce cuando una persona tiene una lesión cerebral catastrófica que ocasiona el cese total e irreversible de la actividad de todo el cerebro. Este se muere al no recibir sangre ni oxígeno. Tal declaración tiene lugar una vez comprobado que no existe actividad eléctrica a nivel cerebral, lo que se determina mediante un electroencefalograma; ni circulación de sangre, que se comprueba con un examen del flujo de la sangre. Igualmente, debe haber ausencia de funciones (movimiento, respuesta al estímulo, respiración o reflejos cerebrales) en todas las partes que componen el cerebro, todo ello comprobado con evaluaciones clínicas. En estos casos, el resto de los órganos vitales –que son regulados en su función por el cerebro– pueden funcionar durante un tiempo si la persona fallecida está conectada a un respirador, y si al corazón se le infunden soluciones y drogas especiales. Es el momento en que se puede realizar una donación de órganos. Al cabo de 36 horas, todas las funciones cesan por más drogas que se apliquen. La experiencia enseña que más importante que el consentimiento del paciente es el de la propia familia, la cual eventualmente hasta podría negarse a cumplir la voluntad expresa del ser querido donador. Cuando una persona hizo conocer en vida su intención de donar sus órganos al fallecer, es la familia la que debe notificar del caso a los médicos que atienden al paciente. En un país en el que reina el egoísmo, la indiferencia y la exclusión, es difícil tener una larga fila de donantes. En cambio, en aquel donde hay solidaridad, generosidad, desprendimiento y amor al prójimo, no faltarán donantes que aún en vida hayan expresado su deseo de ser generosos al morir. ¿Nos interesan los valores? Aquí tenemos otra dimensión para trabajar.