La semana pasada escribí sobre la angustia que comparten alumnos y padres con los educadores buscando luces para la segunda vuelta y el futuro, con inquietudes vinculadas al candidato Ollanta Humala. Esta semana haré lo propio respecto al candidato Alan García.
Los principales columnistas políticos y de asuntos psicológicos se han referido a sus antecedentes como gobernante impetuoso y poco propenso a escuchar consejos antes de anunciar decisiones políticas y económicas complejas, como la estatización de la banca o el sangriento develamiento de El Frontón. Se han referido también a la extraña fuga de Víctor Polay -de ancestros apristas-, y muy especialmente al caótico manejo económico que no solo causó la mayor hiperinflación de nuestra historia sino que además abrió la puerta al enriquecimiento repentino de quienes manejaban los papeles de la deuda externa, el dólar MUC y las empresas públicas. No faltaron quienes le recordaron las acusaciones de enriquecimiento ilícito vencidas por la prescripción de sus juicios.
Alan García se presentó ante la sociedad peruana para decir “aprendí de mis errores” y “merezco una segunda oportunidad”. Como educadores somos propensos a acoger los propósitos de enmienda de quienes luego de errar quieren arrepentirse y corregir, por lo que debiéramos alentar a nuestros alumnos a ver en esto un valor educativo de primer orden. La pregunta crucial es si al reconocimiento de los errores y el arrepentimiento debe corresponderle el perdón con una segunda oportunidad en el mismo rol desde el cual se cometieron los errores censurados. Otra pregunta, quizá previa a la anterior, es si el arrepentimiento ha sido realmente sincero y ha dado paso a una renovada actitud en el ejercicio de la autoridad.
Cuando Alan García expresa su arrepentimiento por su mala gestión presidencial diciendo que fue “producto de su ímpetu juvenil y su gran deseo de servir a su patria”, lejos de autocriticarse lo que hace es exculparse haciéndose un autoelogio. ¿Quién puede ser culpado por su amor a la patria?. Cuando Alan García a punto de ser demandado por Jesús Lora por la patadita dice “si él cree que lo he agredido, me disculpo”, está evidenciando soberbia e incapacidad de reconocer errores, más que voluntad de arrepentimiento y enmienda.
Posiblemente los temores respecto a Alan García se disiparían mejor si se escuchara de él una auténtica autocrítica, que además tendría un enorme valor educativo.