En los países industrializados, el 10% de la población que tiene los mayores ingresos económicos recibe el 29,1% de los ingresos totales, lo que significa 12 veces más que el ingreso del 10% inferior de la población que recibe el 2,5% del ingreso total. En Estados Unidos la proporción es 15 veces (30% contra 2%). En América Latina es 30 veces (48% contra 1.6%). En Brasil es 44 veces, en México 45 veces, en Chile 40 veces, en Argentina 31 veces y en el Perú es 50 veces (37% para el 10% superior y solo el 0.75% para el 10% más pobre). Eso significa que cada vez que el Perú crece, la mayor parte del crecimiento se va a incrementar la riqueza del 10% superior, con lo que la brecha entre ricos y pobres crece. Al 2005 el PBI había crecido 20% respecto al 2001, pero la pobreza se había reducido tan solo en 3% (del 54.3% al 51.6%).
Más dramático que lo anterior es el hallazgo del economista Paul Krugman, profesor de la Universidad de Princeton y columnista del New York Times cuyo artículo publicado en La República del 27 03 2006 denuncia la híper concentración de los ingresos y la riqueza en manos de una cada vez más pequeña y privilegiada élite. Bajo el título de “La Falacia 80-20”, se refiere al error de la idea de que los ganadores de las sociedades desiguales son un grupo relativamente amplio de ejecutivos y trabajadores -el 20% superior- que posee ingresos superiores al 80% restante. Ocurre que el ingreso de esos asalariados no se ha incrementado. Según el Informe Económico al Presidente de los EE.UU. del año 2006 los ingresos reales de los graduados universitarios cayeron más de 5% del 2000 al 2004. Los verdaderos ganadores en esta creciente desigualdad ni siquiera son los del 10% superior sino un grupo mucho más pequeño y rico constituido apenas por el 1% superior de la población.
Un estudio de la Universidad de Northwestern llamado ¿Adónde se fue el crecimiento de la productividad?” escrito por Dew-Becker y Gordon muestra que entre los años 1972 y 2001 los sueldos de quienes se ubicaban en el percentil 90 (correspondientes al 10% superior) aumentaron en 34%, es decir aproximadamente 1% por año. Sin embargo, los ingresos de quienes se ubicaban en el percentil 99 (el 1% superior) aumentaron 87%. Si nos vamos más arriba aún los ingresos de quienes se ubicaban en el percentil 99,9 aumentaron en 181% y los ingresos de quienes estaban en el percentil 99,99 aumentaron en 497%.
Estos hallazgos obligan a incorporar al análisis de la equidad nuevos componentes. Hasta ahora se solía decir que a mayor educación, mayores probabilidades de conseguir un buen empleo y un alto ingreso. Eso sigue siendo cierto para el 20% superior en su conjunto en comparación con el 20% inferior, por lo que la inversión en educación sigue siendo socialmente relevante. Pero en el nivel del 1% superior, el tema ya no pasa por tener o no educación sino por las relaciones de poder y el mercado que están diseñando una sociedad cada vez más oligárquica y corrupta. Cita al lobbista Jack Abramoff quien reconoce que hay una relación directa y causal entre las tendencias desiguales de distribución del ingreso y el comportamiento corrupto en evasión tributaria y soborno a funcionarios. Esto es lo que ha llevado al famoso Alan Greenspan a advertir que la desigualdad creciente es “una amenaza a la sociedad democrática”.
El caso peruano parece ser paradigmático para ilustrar estos enunciados. Los ingentes ingresos que genera la minería a sus accionistas y al estado –en la forma de impuesto a la renta, regalías y canon- generan crecimiento económico pero no desarrollo. Según Jürgen Schuldt («¿Somos pobres porque somos ricos?») las empresas mineras compran maquinaria del extranjero, le pagan mucho más a los técnicos extranjeros lo que deja para la mano de obra peruana apenas un 2% de la fuerza de trabajo. Para él, lo que ocurre ahora con la minería es lo mismo que ocurrió antes con el guano, caucho, petróleo y harina de pescado. Sus ingresos obnubilaron a los gobernantes que descuidaron la promoción a la industria, agricultura, turismo etc. que son los potenciales creadores de empleo.
En suma, lo que nos está pasando en el Perú es que conforme se estira la pirámide de ingresos, mayores tajadas del crecimiento económico se están concentrando en los niveles superiores (especialmente las transnacionales), y menores en los más pobres.
En este esquema, el chorreo abundante de arriba hacia abajo es inviable si es que no hay una decidida acción del estado promotor del empleo y bienestar.