“Morir por la patria” es una de esas frases hechas que repiten oficiales y soldados de las Fuerzas Armadas de todos los países del mundo incluido el Perú. Algunos efectivamente van al combate con esa convicción y entregan todo de sí al servicio de sus misiones, aportando esa ventaja adicional que da la motivación patriótica por sobre el entrenamiento eficaz.

La pregunta es, a nivel consciente e inconsciente, ¿qué hace que el soldado realmente se entregue en cuerpo y alma sin límites a sus misiones?. Cuando se lo pregunté a un oficial del ejército de Israel, que es uno de los más reconocidos del mundo por su capacidad de combate, me dijo que además del sentimiento patriótico que se cultiva desde la infancia en la que se mezcla la historia del pueblo judío con sus esperanzas de futuro, todo soldado israelí que sale al frente de batalla sabe 5 cosas (que las ha podido corroborar permanentemente): 1) Que está muy bien entrenado. 2) Su jefe va adelante dando el ejemplo -“síganme”- (por eso proporcionalmente mueren o quedan heridos muchos más oficiales que soldados en la acción). 3) Si queda herido, muerto o prisionero, su gobierno y sus compañeros harán lo imposible por rescatarlo y no abandonarlo a su suerte (a veces son canjes de cien enemigos por un israelí). 4) Si queda herido o discapacitado, recibirá el mejor tratamiento existente en Israel para rehabilitarlo y luego recibirá una pensión temporal o de por vida por las limitaciones que tenga para trabajar. 5) Si muere, su viuda y huérfanos recibirán una pensión significativa y tendrán garantías de permanente atención médica, educación, etc. Altamente motivado por su amor a la patria y consciente de todo eso, el soldado se entrega a fondo y da todo de sí por su patria.

El contraste con el caso peruano es doloroso e irritante cuando vemos el abandono en el que viven nuestros 850 policías y 1,300 miembros de las FF.AA. discapacitados, así como los deudos de 2,300 muertos en la lucha contra el terrorismo y crimen, o a los 1,600 ex combatientes del Cenepa abandonados por el estado que están solicitando la ampliación de la Ley 26511 del 23/7/1995 para que los beneficios (aún pendientes de cumplirse) que se aplican a los inválidos y a los deudos de los fallecidos, también se apliquen a quienes salieron ilesos pero tienen severas limitaciones psicológicas que los inhabilitan para obtener empleos.

Si a eso agregamos las evidencias de la existencia de tantos altos oficiales incompetentes y corruptos que han empañando el prestigio de las FFAA y Policiales y que inducen a sus subordinados a cuestionarse el sentido que tiene sacrificarse por una institución que tiene ese tipo de jefes, cae por su peso la pregunta ¿quién dará su vida por defendernos en cualquier futuro combate contra el terrorismo, crimen, narcotráfico o guerra externa? ¿Los gobernantes y congresistas que hoy les dan la espalda?

Los peruanos tenemos que tomar cartas en el asunto. Por un lado, para demandarle a las autoridades, especialmente al presidente de la república Alejandro Toledo, el presidente del Congreso Antero Flores Araoz y a los ministros de economía (PPK), Defensa (Chiabra) e Interior (Murazzo) que hagan su trabajo y resuelvan este tema.

Por otro lado, la sociedad civil tiene a su alcance la posibilidad de hacer acciones simultáneas que reivindiquen los derechos de los discapacitados y reconozcan su aporte al país. Si cada municipio, oficina pública y empresa privada apadrinara a uno de los discapacitados ofreciéndoles un empleo o financiando su capacitación para que puedan luego desempeñarse en alguna actividad rentada que le provea de ingresos a su familia, avanzaríamos bastante. También los centros educativos podrían realizar campañas escolares en pro de la familia de un policía o combatiente herido o fallecido, de modo que el tema se convierta en parte de su aprendizaje de la solidaridad y amor al prójimo.

Seguramente habrá muchas otras posibilidades que cada cual podría imaginar, pero lo importante es poner en nuestras agendas personales e institucionales el lugar que corresponde al reconocimiento de quienes dieron su ida o integridad física al servicio de la sociedad, que la conformamos todos aquellos que nunca hemos salido al combate como lo hicieron ellos.

Si los peruanos tuviéramos instalada en nuestra manera de ser la preocupación genuina por los más débiles o desposeídos, la preocupación por los enfermos o discapacitados fluiría de manera natural. Mientras actuemos con criterios egoístas, nada de eso será posible. Y eso no se aprende en la escuela. Se aprende observando el comportamiento de los adultos. Eso es en esencia educación en valores.

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