La sucesión de elecciones regionales, municipales y nacionales ha aumentado la cantidad de candidatos que comunican sus promesas a los electores, y a la vez ha reducido de 4 años a 6 meses la distancia entre campaña regional-municipal y nacional. Todo ello ha permitido concentrar y poner casi simultáneamente en la vitrina un enorme abanico de promesas de todo orden que los analistas intentan sistematizar, a la par que los electores intentan asimilar, cada uno a su manera.

Mi impresión es que las promesas son un conjunto de palabras escogidas por los candidatos para generar empatía y ganar votos, con escasa vinculación con los planes de gobierno y con su realización en la eventualidad de un triunfo electoral. “¿Qué tengo que decir para recibir un aplauso o un voto? Eso lo digo” parece ser la motivación.

Eso se hace visible cuando uno escucha a los candidatos hablar sobre temas de coyuntura o respondiendo a una pregunta filuda de un entrevistador, -sobre asuntos que no aparecen en sus planes de gobierno-. El candidato contesta lo primero que se le ocurre y eso luego es traducido, interpretado o argumentado por sus voceros. Se hace visible también cuando se escucha a los voceros de los planes de gobierno en foros y entrevistas, improvisando sus pareceres haciendo creer que eso se ha discutido y acordado en el equipo técnico, pero que éste ni conoce y mucho menos, el propio candidato. Por último, aún en la hipótesis de que hubiera una excelente articulación entre el plan de gobierno y las promesas electorales, la realidad que encontrará el presidente electo en cuanto a la disponibilidad de la caja fiscal y la necesidad de armar alianzas para el control de la mayoría en el congreso, lo obligará a modelar las propuestas al gusto de los otros actores. Recordemos como muestra el fujishock del Fujimori de 1990 o el ensalzamiento al TLC por parte de García, contrariando sus principales promesas electorales. En suma, hacerle caso a las promesas termina siendo un ejercicio de ingenuidad electoral.

Dicho eso, hay algunas buenas noticias que vale la pena celebrar. Después de muchos quinquenios en los que la educación era marginada ante los temas económicos, finalmente la educación está ahora en la cabeza de la lista de las agendas electorales.

Hay varios denominadores comunes que aparecen en los planes y promesas de los candidatos y que por lo tanto valen por eso, independientemente de quién sea el candidato que lo mencione de uno u otro modo o quién sea el que gane al final.

Esos temas son: atender la alimentación y nutrición infantil y aumentar la cobertura de educación inicial, elevar los desempeños escolares en lectura y matemáticas, dar acceso a Internet para todos, aumentar los sueldos a los profesores manteniendo el criterio de evaluación para una carrera pública magisterial meritocrática, estimular la creación de Institutos Superiores Tecnológicos de alto nivel por todo el país, aumentar significativamente el presupuesto para Investigación, Ciencia y Tecnología incluyendo programas de becas para posgrados dentro y fuera del país, y para cubrir todo ello, subir el presupuesto de educación al 6% del PBI.

Es una buena noticia que esos temas -que han sido impulsados incansablemente por el Consejo Nacional de Educación- ya hayan entrado en la agenda pública y se repiten por todos lados, incluyendo a los voceros empresariales (aguijoneados por las demandas de competitividad hechas por el Foro Económico Mundial y Michael Porter, entre otros referentes internacionales), lo que ha creado un consenso implícito entre los líderes políticos que podrían hacer del quinquenio 2011-2016 el verdadero quinquenio del despegue de la educación peruana.

Sin embargo el reto para el común de los peruanos y comunicadores, se centrará en hacerles recordar por todos los medios posibles y de modo sistemático a alcaldes, presidentes regionales, congresistas y al presidente nacional, que deben cumplir sus promesas. Sin una ciudadanía militante pro-infancia y educación, los políticos no se sentirán presionados a cumplir sus promesas.

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