Los analistas experimentados pueden escribir sus reacciones a los discursos presidenciales varias semanas antes del 28 de julio. Son previsibles.

 

El libreto es similar todos los años: el presidente plantea un mensaje triunfalista, una colección de cifras y obras que muestran lo hecho, intercalada por enunciados que aluden a la vocación de lucha contra la pobreza y la paz social. A la vez resalta la atracción de inversiones y el crecimiento económico comparativamente alto respecto a otros países. Escasas –si alguna- alusión a la corrupción y la incompetencia del gobierno para cumplir eficientemente sus promesas y sus roles administrativos en la gestión publica.

 

Cualquier autocrítica es impersonal. Es decir, se reconoce que falta mucho por hacer, -culpando a los gobiernos anteriores por desarreglar el país-, sin señalar las ineptitudes propias del gobernante y su equipo, ni su voluntad de reorientar las formulas usadas de modo que sea mas eficaz en el logro de sus propuestas de desarrollo inclusivo.

 

Terminado el discurso, es aplaudido por los gobiernistas que lo encuentran realista, sensato, balanceado y es criticado por los opositores o analistas independientes que señalan que faltó hablar de X, Y, Z… etc. Ante los críticos, el presidente responde que hay que dejarlos hablar porque siempre critican y que él seguiría su camino porque sabe lo que es bueno para el Perú. Además, su rol no es contentar a los críticos sino orientar al país hacia la ruta del crecimiento, optimismo y confianza.

 

El discurso de Velásquez Quesquén siguió exactamente el mismo libreto. Las reacciones de los congresistas fueron nuevamente previsibles e insulsas. Son discursos prescindibles.

 

Lo que el Perú necesita es creer en sus gobernantes. Necesita que su presidente le proponga a la nación una visión de futuro que incluya a todos (y no solo a los inversionistas) en un proyecto nacional compartido, de modo que todos los que se sienten excluidos puedan empezar a encontrar su lugar. Necesita generar un shock de credibilidad en sus autoridades e instituciones, de modo que la población sienta en el 2011 que es imprescindible elegir autoridades que crean en la democracia y la equidad.

 

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