Revista Velaverde # 197 del 17 04 2017

Se habla de recuperar clases como si ello tuviera un sentido auto evidente. Valdría la pena partir de preguntarse si existe tal cosa como “recuperación de clases”. Se parte del supuesto que por ejemplo si hay un syllabus de 10 temas o actividades que requieren 20 horas para desarrollarse, si esas 20 horas no se dieron en las semanas pasadas (“clases perdidas”) hay que darlas en las semanas siguientes para que esos 10 temas queden cubiertos para garantizar la acumulación de los aprendizajes previstos para los alumnos.

Pero eso no resiste el análisis de la realidad. No hay investigaciones documentadas respecto a la eficacia de recuperar clases en los sábados, domingos y vacaciones. Más bien lo que muestran es que se convirtieron en un intento de cumplir con un relleno aritmético sin ton ni son, improvisado, con escasa asistencia, incomodando a alumnos y profesores que sentían que esa recuperación era un castigo que violentaba sus planes extra escolares.

Pero vayamos más al fondo del asunto. ¿Se puede asumir que los días con huaicos, falta de agua, inundaciones, pérdida de vidas y viviendas, fueron días “en blanco”, vacíos, que hay que rellenarlos para equilibrar la aritmética de las horas de clases? En el ejemplo ¿fueron 20 horas “perdidas” o es que se dedicaron a otras cosas de importancia vital sobre las cuales hay que meditar y reconocer aprendizajes?. Lamentablemente para demasiada gente acá 1+1 = +2.

Sin embargo, para los educadores de vanguardia, 1+1 puede ser = 0, o incluso -2. Me explico a partir de un ejemplo.

La semana pasada, en plena suspensión de clases, una amiga mía que colaboraba en la búsqueda y acopio de donaciones para ayudar a los damnificados, fue al lugar de trabajo social con su hija de 6to grado, la cual estaba sentada con su cuaderno escribiendo. Le pregunté ¿qué haces? ¿no tienes ganas de ser parte del trabajo comunitario con tu mamá? Me contestó que estaba haciendo las abundantes tareas que su colegio le mandó por internet ante la suspensión de clases, «para que no pierda el tiempo» y que tenía que terminar para que no le pongan mala nota. Su comentario, entre lo que dijo y leí entre líneas era «odio el colegio», «todas estas tareas son una desgracia», “cómo me encantaría hacer las cosas que hace mi mamá”; etc.

En mi interior pensaba ¿qué tipo de ciudadanos se están formando con esas estrategias? ¿egoístas, indiferentes al dolor ajeno, frenados en vez de alentados a ayudar al necesitado?. ¿Qué imagen de niño tienen aquellos colegios que conciben a sus alumnos como máquinas de trabajo sin emociones, sin dolor, sin necesidad de conmoverse y colaborar resolviendo solidariamente desgracias que ocurren en la comunidad? No me extrañaría que haya colegios que al reiniciar las clases no hayan creado el espacio para trabajar su sentir respecto a los desastres naturales y que su abordaje en clase no haya pasado de ser una anécdota que motivó alguna oración para lavar conciencias o una recomendación de seguridad (sálvese quien pueda), para inmediatamente retornar al dictado de Matemáticas, CCSS, etc. «porque ya perdieron demasiadas horas».

En motivación escolar, en aprendizaje significativo, en educación ciudadana, el resultado neto de toda esa suma de acciones de esos colegios me temo que dará un resultado negativo.

¿No es hora de pensar que para cumplir el ideario ético y cívico que guía la educación peruana y que se lee en los estatutos de muchos de los colegios privados hay que conectar la escuela con la vida real? ¿Entender que una escuela que no es un espacio para procesar lo que ocurre en el mundo interno de los niños y en la vida real de su sociedad corre el riesgo de formar personas sin vocación cívica y ética, como aquellos que vemos hoy en el mundo adulto a los que precisamente censuramos por ser indolentes, corruptos, trasgresores, indiferentes al dolor ajeno, egoístas, deshonestos? Claro que también vemos en nuestra sociedad gente que a pesar de las limitaciones que pudo tener su formación escolar (o también gracias a ella) son personas dignas, decentes, solidarias, porque encontraron en su escuela, familia, referentes o en su propia conciencia la fuerza espiritual e intelectual interna para procurar el bien común, pero ¿cuánto más ganaríamos si todo el enfoque educativo peruano estuviera guiado por esta aspiración?

La reconstrucción nacional no es principalmente un tema de infraestructura, porque si así se entendiera el próximo huaico causará similares desgracias y pérdidas que el actual, porque los efectos del daño medioambiental van en ascenso. La reconstrucción es ética y cívica, y tiene como pilares por un lado el contenido del liderazgo de los políticos que conducen el país y que asumen responsablemente sus funciones con un sentido de comunidad y de búsqueda del bien común, y por otro lado la escuela, como el espacio educativo reinventado en el que se forman los ciudadanos de hoy y mañana.

Esa es la escuela en la que 1+1= infinito

En suma, pienso que hay que acortar el año escolar y reprogramar los contenidos a trabajar poniendo un fuerte énfasis en «recuperar» las experiencias vividas, procesarlas, trabajar los sentimientos y experiencias vividas por los niños, así como orientar los contenidos de clases hacia entender los fenómenos de la naturaleza y cómo prevenir los daños que pueden ocasionar, cuáles son sus efectos en la salud y la vida, cómo apoyar a los damnificados, etc. Eso pasa por todas las áreas curriculares y vale más que unas cuantas horas de clases tradicionales «perdidas» que deben «recuperarse».

En la revista Velaverde: EL FETICHE DE LAS HORAS DE CLASES PERDIDAS

http://www.revistavelaverde.pe/el-fetiche-de-las-horas-de-clases-perdidas/

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