He recibido una protesta por mi anterior columna «Los Reformistas Curriculeros», en la que objeté “la costumbre de crear un currículo por ministro, por lo que este año tendremos los currículos de Ayzanoa (o mejor dicho Walter Peñaloza)”… Escribí también que “cambiar un currículo no reforma la educación, si es que no se reformula simultáneamente toda la actividad educacional en conjunto, como si fuera un paquete de componentes que tienen sinergias internas entre sus partes”.
Quien protestó fue el Dr. Walter Peñaloza, porque consideró injustas y ofensivas mis referencias a su calidad profesional así como a la llamada «Reforma Educativa» de 1972. Walter Peñaloza se considera aludido ofensivamente por el titular y los párrafos que repetiré: “Esta visión que lleva a considerar que un cambio de currículo cambia la educación, impuesto además inconsulta y autoritariamente, viene desde la reforma del año 1972, durante el régimen dictatorial del general Velasco”… “Hoy en día hay en el Ministerio de Educación una curiosa sobrepresencia de los reformistas de los 1970´s, varios de ellos procedentes de “La Cantuta” y que ya están en edad de jubilación, que no logran seguirle el paso a los pensadores más jóvenes”… Es lamentable que “los trajinados funcionarios no hayan aprendido que una reforma educativa impuesta al estilo militar no tiene ninguna posibilidad de éxito, porque de raíz es contradictoria con la naturaleza democrática de la verdadera educación”.
Por el respeto que me merece el Dr. Walter Peñaloza, me parece importante señalar que si bien él ha sido aludido expresamente en mi columna como inspirador del nuevo currículo, el foco de mi comentario radicaba en señalar la perversidad de los gobiernos dictatoriales como el de Velasco (o Fujimori) y las reformas que impulsó, así como la inutilidad de las reformas curriculares cuando son improvisadas y cuando aparecen aisladas del resto del contexto educativo. (La alusión a los “cantuteños” no es despectiva, porque hay notables cantuteños; es solo anecdótica, para identificar la procedencia de la argolla ministerial de turno).
Mi respeto por el Dr. Peñaloza se basa en varias consideraciones. Primero, un hombre que ha dedicado abnegadamente toda su vida a la educación y a la formación de maestros, merece reconocimiento. Segundo, porque a su edad sigue siendo un meticuloso y comprometido lector y estudioso del tema educacional. (En este sentido me disculpo por incluirlo en la referencia que hice a quienes “no logran seguirle el paso a los pensadores más jóvenes”). Tercero, un hombre de su edad que ha estado muy cerca del poder y que no tiene una mancha por corrupción, en el Perú merece una medalla. Cuarto, porque no por gusto sigue siendo una figura de identificación para miles de cantuteños y sanmarquinos que aprendieron mucho de él. Por lo tanto creo que el Dr. Walter Peñaloza es un merecido portador de las «Palmas Magisteriales» y de diversas condecoraciones a los educadores distinguidos.
Dicho esto, quisiera explayarme en mis objeciones a la «Reforma Educativa» iniciada en 1972. Hay distinguidísimos profesionales peruanos, -incluyendo respetados amigos personales con quienes comparto espacios en el Consejo Nacional de Educación y Foro Educativo-, que colaboraron con la reforma educativa de los años 1970´s atraídos por la convocatoria de los líderes de su generación. Ellos aportaron ideas novedosas que yo he valorado favorablemente en artículos anteriores, como la educación inicial, capacitación para el trabajo, una visión para la educación básica, etc. Sin embargo, para juzgar el impacto de una reforma educativa hay que analizar el abismo entre intenciones y realidades, así como su capacidad de trascender en el largo plazo. Esa reforma no tenía ninguna posibilidad de mantenerse vigente en el tiempo, porque no se puede disociar el contexto autoritario, comunistoide, centralista, estatista y populista de la «revolución» velasquista”, de todas las reformas que propuso en su tiempo, que crearon las condiciones para el surgimiento de Sendero Luminoso y MRTA, la ampliación de la pobreza, y el posterior deterioro del sistema educativo.
En una sociedad educadora que aspira a educar en y para la democracia y los Derechos Humanos no cabe pretender esterilizar ni aislar el quehacer educacional del contexto dictatorial e ideológico desde la cual es concebido e implementado.
Los hechos corroboraron que fue un docenio perdido. En 1980 Belaúnde empezó todo de nuevo, «desde donde se había quedado el Perú en democracia», aunque lamentablemente cargando a cuestas una enorme deuda externa, un sobredimensionado aparato estatal y la mala experiencia de fracasadas reformas sociales, lo cual nos dejó hipotecados de por vida con problemas que nos agobian hasta hoy. Hubiera sido mejor una reforma educativa menos brillante y más plural hecha en democracia, que hubiera tenido un mejor horizonte de largo plazo y una buena posibilidad de tener continuidad en el tiempo.