La “educación en valores” se ha convertido en una fórmula mágica que muchos sugieren que se introduzca en los currículos escolares teniendo la expectativa de que así se logrará transformar los valores de la sociedad peruana. Ese es uno de los tantos encargos irrealizables que se le hacen a los maestros, que deben convertir a los colegios en supermercados en los que se colocan todos los productos que el padre-consumidor quisiera adquirir para sus hijos-alumnos: educación vial, productiva, cívica, educación para el trabajo, para prevenir el consumo de alcohol y drogas, para evitar los embarazos precoces, y por supuesto educación en valores.
Pocos se preocupan de constatar porqué es que ninguno de estos objetivos se logran. Es más, cada vez estamos peor. Hay más embarazos precoces, crece el consumo juvenil de tabaco, alcohol y drogas, aumenta la delincuencia y violencia juvenil, por supuesto también crece el desempleo, etc. Quizá la razón sea que la escuela es incapaz de hacer con los menores lo que la sociedad adulta no está dispuesto a empezar a hacer consigo misma. Después de todo, los niños aprenden por imitación e identificación de los adultos, entre los cuales los principales son los padres, maestros y líderes de opinión que aparecen en los medios de comunicación. Si los hogares están cada vez más disociados, si los maestros cada vez están peor formados y dispuestos al trabajo docente, y si los medios de comunicación convierten cada vez más lo marginal en normal, exacerban la violencia, la sexualidad abierta, la promiscuidad, la vulgaridad y la chabacanería, ¿en virtud de qué habrían de asimilar nuestros niños y jóvenes los valores trascendentes que heredamos de la cultura occidental y de nuestras expectativas de vivir en democracia y justicia? Simplemente, no tienen de quiénes asimilarlos.
Después de todo, los valores no se pueden enseñar en el sentido clásico como se enseña matemática, literatura o religión. Se pueden cultivar. Si lo que queremos es que los jóvenes no solo reciten de memoria ciertos contenidos valorativos sino que más bien que actúen en consecuencia, éllos deben cultivar sus valores desde adentro, a partir de la imitación e identificación con las personas que viven de acuerdo a esos valores.
En realidad los valores están depositados en las personas y particularmente en la forma como las personas se relacionan entre sí. Eso incluye la decisiva relación entre padres e hijos, profesores y alumnos, y también la que establecen los medios de comunicación con los usuarios, y los gobernantes con los gobernados. Todo lo que se enseñe en el aula que no se corrobore con la realidad, se extinguirá. De allí la enorme importancia que tienen los líderes de opinión, gobernantes, empresarios, profesionales, padres y profesores que en sus quehaceres e interacciones construyen los valores que los demás harán suyos. Cuando los niños y jóvenes peruanos aprenden a engañar, a ser egoístas, a vivir al margen de la ley, a pisotear a los demás, evidencian haber aprendido bien la lección. En una sociedad hostil y corrupta, ser hostil y corrupto denota que hubo un buen aprendizaje, por más que no nos guste el contenido de lo que se aprendió. No olvidemos que en educación, cuando hay un conflicto entre lo que se dice y la realidad, prevalece la realidad.
Si el sistema educativo nacional enseña el valor de la «democracia» pero con un estilo en el cual los de «arriba» deciden inconsultamente las cosas para que los de abajo las cumplan «obedientemente», eso jamás va a lograr educar hacia la democracia. Un corrupto no puede educar a alguien para que sea honesto, así como un egoísta no puede educar hacia la solidaridad y generosidad. Un fumador o un borracho no pueden enseñar a la abstinencia del tabaco, el alcohol o las drogas.
A falta de los modelos de identificación más próximos, les toca a los gobernantes ejercer un fuerte liderazgo positivo que encarne los valores que se quieren difundir, con un gran apoyo de los medios de comunicación que también debería estar comprometidos con esos valores, para intentar transformar los referentes a los que está expuesta nuestra sociedad.
Por lo tanto la pregunta educacional central es ¿qué estamos dispuestos a hacer los adultos (padres, gobernantes, comunicadores, empresarios, profesionales, funcionarios, maestros) para ofrecerles a nuestros jóvenes un ambiente donde se practiquen los valores deseados, de modo que ellos los hagan suyos por imitación o identificación?.