Los medios traen noticias medioambientales alarmantes: incremento de la temperatura, falta de nieve en las cumbres, incendios e inundaciones, islas de plástico flotando en los océanos con los desperdicios arrojados al mar. La Madre Tierra está siendo violada y destruida sistemáticamente por quienes contaminan el medio ambiente, por ausencia de un Padre que la defienda y dignifique frente a los consumidores que se dejan llevar por la comodidad del consumismo y los placeres materiales del corto plazo. Usando una expresión de Quino, «estamos construyendo la destrucción del futuro».

 

Los habitantes del planeta no respetamos las normas y acuerdos sobre el tema. Las leyes e instituciones han sido incapaces de hacer que se cumplan. El hombre parece haber desarrollado una «corrupción cultural colectiva», caracterizada por no querer poner límites a la satisfacción de sus deseos materiales, por vivir atado al placer presente y no ser capaz de visualizar el impacto destructor que sus acciones tienen para el largo plazo, para sí, sus hijos, sus nietos y la civilización toda. Actuamos como si nuestras acciones simples y cotidianas no tuvieran un peso determinante en este suicidio colectivo. Usamos conceptos como desarrollo y progreso para justificar y legitimar esta explotación, haciéndola invisible ante el resplandor enceguecedor del bienestar que producen la tecnología y los bienes de consumo.

 

 

Estas ideas han sido planteadas por el psicoanalista Marcos Gheiler y el sociólogo César Bedoya en un excelente breve trabajo cuya lectura recomiendo titulado «Las orquídeas no son para mayo ni para agosto. Poder, desarrollo y medio ambiente: ¿La interdicción ausente?», presentado en el recientemente concluido XI Congreso de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis: «El padre: clínica, género, posmodernidad».

 

Esto tiene importantes implicancias educativas. Los autores sugieren orientar la educación para que seamos capaces de balancear el bienestar individual con el cuidado colectivo de la Tierra. Yo agregaría además que eso requiere que la educación de niños, jóvenes y adultos incorpore el ideal de contribuir a mejorar el mundo, lo que requiere tener un espíritu crítico, creativo y constructivo, pero confrontacional con el statu quo y el establishment (aunque eso no siempre acomoda a los educadores).

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