En el artículo “Ineficiente educación de elite” del 28 de octubre cité al ex ministro de Educación chileno Joaquín Brunner comentando que en las pruebas SIMCE los logros de aprendizaje de los alumnos del grupo socioeconómico más alto fueron similares a los de las escuelas privadas subvencionadas por el Estado a las que asiste la clase media, pagando solamente entre 1/4 y 1/2 de lo que cuestan las escuelas privadas de elite. Es decir, no por ser los más caros producen los mejores resultados. (El Mostrador 25/4/2003).
Siendo así -y usualmente los padres de familia lo saben-, deberíamos preguntarnos: ¿por qué insisten esos padres en mandar a sus hijos a los colegios más costosos sin tener la certeza de que éstos obtendrán mejores rendimientos académicos? Al parecer eso se debe a que después de asegurar la obtención de un cierto nivel suficiente de logros en los aprendizajes de sus hijos, estos padres están más preocupados por otros factores de “calidad” más vinculados a las ganancias sociales y al hecho de que la escuela sea un lugar agradable y placentero para sus hijos, aun a costa de un aumento de costos.
Por ejemplo en lo social, estudiar y hacer amigos entre los hijos de diplomáticos, empresarios exitosos y políticos de nota que asisten a colegios de alta paga ubica a los hijos en un círculo social elitista que tiene gran potencial de convertirse en un útil trampolín para el propio ascenso social y económico. En lo afectivo, muchos padres quieren que sus hijos “sean felices” en las escuelas, con aulas más pequeñas, una disciplina más amable, estudios adicionales de música, arte, teatro y deportes, así como mejor interacción entre profesores y estudiantes, aunque nada de ello aumente el rendimiento estandarizado.
Como vemos, la percepción de la “calidad de la educación” de los pagantes de los colegios privados de alta paga no se basa solamente en el resultado del rendimiento de los alumnos en los cursos básicos, sino que incluye los valores agregados, que convierten a las escuelas en espacios más estimulantes para los hijos y para las expectativas futuras de los padres. Las escuelas públicas también deberían tener la oportunidad de ofrecer valores agregados de calidad más allá del rendimiento escolar -como hace Fe y Alegría-, realizando autónomamente su propio proyecto educativo, para lo cual requieren mayor apoyo financiero del Estado.

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