Revista PODER, Lima, noviembre 2013
“El rol del MEF. ¿Promotor o impedimento para la buena educación?”
Por León Trahtemberg, consultor en educación
Los indicadores macroeconómicos mejoran, mas no la educación. Dar prioridad a los niños no es un problema económico, sino ético y político

Recuerdo que cuando Ollanta Humala ganó las elecciones presidenciales y designó a Luis Castilla como Ministro de Economía y Finanzas, muchos empresarios se sintieron aliviados porque encontraron un ancla conocida dentro de un gobierno desconocido. Como yo había tenido la oportunidad de entrevistar varias veces y conocer a Ollanta Humala desde tiempo atrás, no tenía mayor preocupación por lo que sería su política económica, por más que los documentos de campaña hayan sido incendiarios.

Lo mismo pasó con Alan García y el famoso “frente social” que solo duró el día del discurso, Alejandro Toledo y la lucha contra la corrupción y la Sunat, y aún antes con Alberto Fujimori con el “no shock”. Los candidatos suelen decir lo que los publicistas recomiendan para ganar las elecciones y luego suelen hacer lo que los empresarios les aconsejan hacer para que el barco no se les hunda.

En mi caso, esta vez mi expectativa era otra. Siendo Ollanta y Nadine Humala una pareja joven con hijos menores con los que paseaban abiertamente por todos lados, pensé que tendrían una especial aprehensión por procurar el bienestar y la educación de la infancia, o dicho en términos políticos modernos, por la “inclusión social”. Obviamente no eran ellos los expertos en el tema, por eso es que cuando el ministro Castilla anunció que daría especial atención y presupuesto a la infancia y a la educación, pensé que por fin tendríamos un titular de Economía al que le importaran los niños y la educación del país. Un ministro que entendiera la relación directa entre el bienestar de los niños y su atención educacional con el desarrollo emocional, económico y social de una sólida sociedad peruana presente y futura.

Sin embargo, la ilusión me duró poco. Me había equivocado. El problema no era la falta de formación del ministro Castilla, que siendo graduado de la Universidad McGill de Montreal, con Maestría y Doctorado en Economía en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore y teniendo incluso una maestría del Programa de Crisis Global y Reforma Financiera en la Universidad de Harvard, parecía tener avales académicos más que suficientes. El problema era la inoculación en su sangre del “síndrome del ministro de Economía”.

Algo ha pasado con todos los economistas previos hasta llegar al mismo Castilla que, cuando han asumido el rol de Ministro de Economía y Finanzas, han perdido la sensibilidad que tiene todo padre o madre de familia por velar prioritariamente por el bien de sus hijos. De pronto se convierten en robots económicos vacíos de los elementales valores éticos y cívicos que ellos le reclaman a la población para que paguen impuestos y a las empresas para que asuman su responsabilidad social o que inviertan apostando por el futuro del Perú. Mientras no se cure este síndrome no tendremos un futuro halagador a la vista.

En una familia normal, los padres están dispuestos a privarse de placeres o a endeudarse o vender su casa con tal de dar la mejor educación a sus hijos o intentar salvar la vida de alguno de ellos que pudiera requerir una costosa operación y tratamientos médicos para aliviarles su sufrimiento. Muchas familias quedan arruinadas y aun así lo hacen, a contrapelo de cualquier cálculo económico. En otro orden de cosas, hay bomberos voluntarios que pasan horas procurando rescatar a una persona en peligro de morir debajo de los escombros de un edificio incendiado o derrumbado, o médicos que se pasan horas en el quirófano tratando de salvarle la vida a una persona moribunda, sin que medie análisis económico alguno de cuánto cuesta ese trabajo y si el costo-beneficio lo justifica frente a otras actividades. ¿Por qué lo hacen? Porque están inoculados del virus de la paternidad, maternidad o ciudadanía responsable y no sufren del “Síndrome de ministro de Economía”.

Según el infobarómetro, en el Perú hay 3.5 millones menores de 5 años. De ellos, 446,000 (25.4%) no logran asistir a un centro de educación inicial; 529,000 (18.1%) sufren de desnutrición crónica infantil; 962,000 sufren de anemia (32.9%); 21% muere antes de cumplir cinco años de edad, lo que incluye al 17% que muere antes del primer año de vida y 9% que mueren durante el primer mes de vida. En cuanto a la educación de niños menores de 8 años, el 70% de los que terminan el segundo grado de primaria no comprenden mínimamente lo que lee y el 90% no es capaz de realizar las operaciones aritméticas más sencillas que les enseñaron en el colegio hasta ese grado. Perdieron su tiempo yendo al colegio. En los grados siguientes por supuesto el panorama será más desalentador. Esos niños se convierten en discapacitados escolares para toda su vida futura. Buena parte de ellos serán parte del millón quinientos mil analfabetos mayores de 15 años que tiene el Perú (6.2%), los cuales tendrán muy dañadas sus perspectivas de vida laboral, económica y productiva.

Si uno de esos niños se apellidara Humala, Carranza, García o Castilla, habría sería inaceptable para sus padres. Pero es allí donde está el problema; la gran brecha ética entre preocuparse por los propios hijos y hacerlo por los hijos de los otros es la que define nuestra condición de país sub-desarrollado sin futuro social halagador. Aceptar que los niños son la prioridad y actuar en consecuencia no es por lo tanto un problema económico sino ético y político.

Qué pasaría si el Ministro Castilla se presentara a la CADE con un discurso concertado con el presidente Humala que dijera “en nombre de los niños del Perú, daremos las normas, presupuestos y estrategias ejecutivas necesarias para garantizar el 100% de atención y educación infantil. Cueste lo que cueste, así exija cambiar todas las nomas de gasto que impidan que los organismos del estado o empresas privadas hacerse cargo de la tarea. En un año habremos atendido a todos. En 15 días convocaremos a los líderes políticos, empresarios prominentes de nivel nacional, los funcionarios actuales o pasados más entendidos y reconocidos en el tema, y a un directorio de gente notable del país para que se ocupe de velar por la buena marcha del programa, de modo que se pueda lograr el objetivo”.

Por su parte los organizadores de la CADE podrían hacer una edición con el slogan “Los niños primero” presentando cientos de evidencias sobre la validez económica y ética de esta tesis, experiencias internacionales de éxito y cientos de ideas sobre cómo hacer para bajar a cero la desatención infantil peruana y cómo alcanzar los máximos logros en la educación en el lapso de un año, comprometiéndose a que en la siguiente CADE se rinda cuenta sobre lo actuado y logrado.

Como se ve, lo que le falta al Perú es la vocación por poner a los niños y la educación en la cabeza de la agenda.

No hay forma de hacer del Perú un país digno y viable sin eso. Es evidente que solamente los países que se preocupan por su infancia alcanzan niveles importantes de desarrollo. Me imagino que ministros como Carranza o Castilla podrían encontrar entre sus miles de gráficos y tablas de indicadores económicos que usan para exhibir su talento económico aquellas que evidencian que las sociedades más desarrolladas tienen los mejores indicadores de infancia y educación. Las sociedades que tienen clara la política de “los niños primero” son las que son capaces de organizar sus estados y presupuestos para que eso ocurra.

¿El requisito? Asumir que para los empresarios y gobernantes, los hijos de los otros valen como los propios.

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