En marzo de 1990 el APRA colocó en los canales de televisión un spot publicitario con terroríficas escenas de un “shock” económico y político con el objeto de atemorizar a la población respecto a lo que significaría un triunfo electoral de Mario Vargas Llosa y el Fredemo, con lo que se le hizo un craso favor al país: facilitar la elección de Aberto Fujimori el 8 de abril de 1990 e impedir el triunfo de Mario Vargas Losa. A la hora de los hechos, Fujimori aplicó el “shock” engañando a la población y sin protegerla con programa social alguno que atenuara el impacto de las durísimas medidas económicas cuyos efectos todavía sentimos en estos tiempos. En cambio, Mario Vargas Llosa lo hubiera aplicado después de presentarle honestamente al país la dramática situación económica en la que se encontraba, la inevitabilidad de un fuerte ajuste económico y los detalles de un programa social de emergencia que serviría como un colchón para atenuar sus efectos.
Elegir a Fujimori, quien ni siquiera tenía un plan de gobierno conocido, fue posible precisamente porque la pésima y dogmática educación peruana le ha expropiado a los peruanos su capacidad de pensar y juzgar por sí solos. Si un dramático spot publicitario puede alinear a un tercio del país en contra del candidato en el cual creyeron por meses porque conocían su historia de vida, es porque lejos de analizar las cosas, la población se deja llevar por el verbo encantador del candidato opositor, la creatividad o violencia de las imágenes publicitarias o el desborde de promesas incumplibles.
El 10 de julio de 1990 el pueblo eligió a Alberto Fujimori con 4.5 millones de votos, incluyendo a los de la izquierda y del APRA que promovieron a Fujimori para cerrarle el paso al Fredemo, y con ello sus pretenciones de investigar las gestiones anteriores. Además, con Fujimori dependiendo del APRA, éste último mantendría su dosis de poder utilizando sus votos congresales para negociar la estabilidad de la coalición de gobierno. El resultado final fue: Fujimori (hoy fugado acusado de corrupción): 62%; Vargas Llosa (hoy reivindicado como peruano ilustre): 38%.
Hace unos días, el 30 de diciembre, Alan García dio una conferencia de prensa en la que anunció su apoyo a un “shock educativo” que pudiera llevar a todos los peruanos a ser capaces de comprender la lectura, dominar el razonamiento matemático y poseer la capacidad de adquisición de datos científicos. En realidad esta era la síntesis del artículo “Contribución al «shock educativo»” publicado el día anterior por el profesor Grover Pango en el “Diario Del País”, quién lo firmó en su condición de ex ministro de educación del APRA, además de miembro del CNE. En él Pango sostiene que pese a que hay muchas urgencias en la educación, no todo puede ser prioridad y por lo tanto sugiere un «shock educativo» a iniciarse el año 2004, formulando como prioridad la atención integral de la infancia y que los escolares “alcancen un dominio óptimo, creativo y reflexivo, en comprensión de lectura, ciencia y matemática, con evaluaciones nacionales al término de la actual educación Primaria” así como “respaldar creciente y vigorosamente la descentralización educativa, orientándola hacia la autonomía de la gestión en cada escuela”: Además, “recalificar la función docente” entre otros asuntos. Al día siguiente, en su conferencia de prensa de fin de año Alan García reiteró estos conceptos y su apuesta por el “shock educativo”.
Después de leer a Gróver Pango y escuchar al ex presidente García me pregunté ¿en qué difiere todo esto de lo que en su momento propuse cuando fui vocero del plan de gobierno Mario Vargas Llosa y el Fredemo en lo que se refería a educación? En nada. La única diferencia es que el APRA no nos dice cómo se financiaría su propuesta en esta situación de crisis, y en cambio nosotros sostuvimos que era imposible para el estado financiar todo esto (como lo sigue siendo ahora) y que por ello había que apelar a fórmulas imaginativas que incluyesen aumentar el financiamiento estatal para la infancia y la educación básica, pero a la vez replantear la gratuidad absoluta de la educación superior acorde con los usos y costumbres internacionales.
De este modo se permitiría que quienes pudieran pagar lo hicieran, como por ejemplo es el caso del 45% de los estudiantes universitarios estatales gratuitos que proceden de colegios privados donde siempre pagaron una pensión mensual. Hoy día, hasta el presidente de la Asamblea Nacional de Rectores me da la razón, y no pocos apristas lo hacen en conversaciones privadas. Mientras tanto, perdimos 15 años.