La reciente exigencia de Alan García de aplicar un “shock educativo” me hizo recordar el terrorífico spot publicitario que el APRA utilizó en las elecciones de 1990 para atemorizar a la población respecto a lo que significaría un triunfo electoral de Mario Vargas Llosa y el Fredemo, con lo que facilitó la elección de Alberto Fujimori. Paradójicamente, fue Fujimori quien aplicó un shock engañando a sus electores a los que prometió no hacerlo.

Elegir a Fujimori, sin que tuviera siquiera un plan de gobierno, fue posible precisamente porque la pésima y dogmática educación peruana le ha expropiado a los peruanos su capacidad de pensar y juzgar por sí solos. Si un dramático spot publicitario puede alinear a un tercio del país en contra del candidato en el cual creyeron por meses por su historia de vida, es porque muchos peruanos se dejan llevar por el verbo encantador del candidato opositor, la creatividad de las imágenes publicitarias o el listado de promesas incumplibles.

Alan García ha anunciado su apuesta por un “shock educativo” que lleve a que todos los peruanos sean capaces de comprender la lectura, dominar el razonamiento matemático y poseer la capacidad de adquisición de datos científicos. En realidad es la síntesis del artículo “Contribución al «shock educativo»” que el día anterior publicó su ex ministro de educación Grover Pango en el Diario Del País. En él Pango sugería un «shock educativo» cuya prioridad sería la atención a la infancia y que los escolares “alcancen un dominio óptimo, creativo y reflexivo, en comprensión de lectura, ciencia y matemática, con evaluaciones nacionales al término de la actual educación Primaria”. Además, “respaldar creciente y vigorosamente la descentralización educativa, orientándola hacia la autonomía de la gestión en cada escuela”.

Después de leerlo me pregunté, ¿en qué difería todo esto de lo que en su momento propuse cuando fui vocero del plan de gobierno del Fredemo en lo que se refería a educación? En nada. La única diferencia es que el APRA no dice cómo se financiará todo eso en momentos de crisis, y en cambio nosotros sostuvimos que era imposible para el Estado financiarlo (como lo sigue siendo ahora) y que por ello había que apelar a fórmulas imaginativas que incluyesen aumentar el financiamiento estatal para la infancia y la educación básica, pero a la vez replantear la gratuidad absoluta de la educación superior. Hoy día, hasta el presidente de la Asamblea Nacional de Rectores me da la razón, y no pocos apristas lo hacen en conversaciones privadas. Perdimos 15 años.