Fujimori ha resuelto el debate respecto de la reelección presidencial. Los que la favorecen aducen que un buen líder debe tener la oportunidad de completar sus proyectos y que cinco años no alcanzan, más aún si la población tiene la facultad de pronunciarse al cabo de un período de gobierno por la continuidad o el cambio. Los que se oponen a ella sostienen que quien detenta el poder tiene en sus manos demasiadas ventajas de exposición mediática y manipulación de situaciones de gobierno que lo favorecen, lo que pone en desventaja a los otros contendores. Entre ambas está la posición intermedia de permitir la reelección, pero no inmediata. Suponen que al terminar un primer período, el gobernante puede tener tiempo para reposar, meditar, revisar sus aciertos y errores, y llegar con nuevos aires a una segunda presidencia. A la par, se deja a los votantes un tiempo para hacer una evaluación de sus méritos o deméritos y la conveniencia o no de volverlo a elegir. El caso de Alberto Fujimori enseña algunas cosas más respecto del ejercicio del poder en países que tienen una muy débil institucionalidad estatal, legislativa, electoral y judicial (como también ya lo vemos con Hugo Chávez y otras decenas de dictadores). Cuando un presidente es elegido por cinco años y sabe que después de ellos deberá bajar al llano y ser objeto de todo tipo de escrutinios políticos, legales y acusaciones, tiende a ser cuidadoso con su actuación, porque sabe que muy pronto deberá rendir cuentas por sus actos. Saber esto es fundamental para apuntalar su conducta ética. En cambio cuando es posible la reelección inmediata, el gobernante orienta su primer gobierno con miras a la reelección, y una vez conseguida ésta con la ayuda de todo tipo de artimañas y manipulaciones posibles desde el poder, pierde de vista que algún día bajará al llano, se turba, se cree omnipotente e infalible, y le cuesta imaginarse alguna vez fuera del poder. Además, va cayendo en las tentaciones de la arbitrariedad y la corrupción, lo que le hace cada vez más costoso dejar el poder, por lo que procura quedarse como sea hasta morir o escapar, como hará Hugo Chávez y como hizo Fujimori. De no haberse disuelto el matrimonio Fujimori-Montesinos, la única salida no presidiaria ni fatal de Fujimori dentro del Perú hubiera sido seguir gobernando eternamente o que lo suceda un familiar.