Propongo imaginar una analogía entre el buen funcionamiento de un aula de clases, el país y el planeta. Las aulas funcionan bien cuando en ellas existe una masa crítica de alumnos líderes positivos que empujan en dirección al estudio y el bienestar común. De no haberla, el espacio lo llena el liderazgo negativo; el aula funcionará mal, estará conflictuada, con mal clima y maltratos múltiples.

Miremos ahora los países. Los que funcionan bien tienen alto PBI per cápita, baja inequidad, criminalidad y corrupción; son integrados, articulados, tolerantes con las diferencias, respetuosos de los derechos de todos. En cambio, los países que funcionan mal -como ciertamente ocurre en el Perú- tienen los mismos indicadores con los valores inversos.

¿Qué marca la diferencia? La manera como se articulan la masa crítica de líderes políticos, intelectuales y empresariales, así como funcionarios claves que lideran el país. Si en lugar de ocuparse solamente de su conveniencia sienten que su bienestar crece cuando crece el de su prójimo más débil, jamás permitirían que los niños pasen hambre o se mueran por enfermedades curables. Sin ese liderazgo, la cancha queda libre para los perversos, agresores, la gente sin escrúpulos para robar, corromper o agraviar, creadores de un clima nacional de egoísmo, desavenencias, confrontaciones y desarticulación.

A nivel planetario, el mundo tenderá a la superación colectiva y solución pacífica de sus conflictos en la medida de que tenga una masa crítica de países líderes con esa vocación. En cambio, si los países más fuertes e influyentes se ocupan únicamente de sus intereses y son indiferentes a las necesidades de los más débiles, el planeta funcionará mal. Calentamiento global, contaminación planetaria, narcotráfico y terrorismo planetario, inmensa pobreza; todos ellos son reflejo de una colectividad planetaria que funciona mal.

Regresando al Perú, si tuviéramos una masa crítica de líderes políticos, intelectuales y empresariales, así como funcionarios ética y cívicamente sanos dirigiendo el país, tendríamos derecho a la esperanza de un mañana mejor. Por tanto, el rol principal del presidente Alan García es el de armar la cumbre (liderazgo) de los peruanos capaces que puedan convertir en realidad todo aquello que está en los discursos esperanzadores. Sin suficiente gente honesta y preparada en la conducción del país con vocación para hacer realidad el desarrollo nacional en el sentido democrático, equitativo e integrador del término, las cosas no van a cambiar. Sin ellos, seguiremos en el terreno del «sálvese quien pueda» y «si me va mal, me voy».

PD: para los interesados en el tema, esta columna podría extenderse a una infinidad de reflexiones sobre cómo, desde lo que hacemos en el aula, en realidad estamos construyendo el país deseado y el planeta en el que aspiramos a vivir. De modo que lo se haga en el aula desde pequeños, marca el rumbo de lo que cómo estas personas una vez adultas se vincularían con su país y con el planeta. Menuda tarea para los educadores y diectores de escuelas.