Las evidencias de la identidad de objetivos entre Fujimori y Montesinos se caen de maduras. La más reciente perversa “jugada magistral” de Alberto Fujimori de intentar convertirse en senador japonés para lograr presionar a su favor a la justicia y al gobierno chileno y así evitar la extradición al Perú, demuestra una genialidad que debiera acallar a cualquier escéptico respecto a su conocimiento pleno de la corrupción y crímenes cometidos durante su mandato. Esta manera de usar la peruanidad como una camiseta que se saca y pone al servicio de sus intereses personales más mezquinos es espeluznante. Sin embargo, siguen habiendo apologistas de Alberto Fujimori que lo declaran inocente y además le disculpan y justifican todo aduciendo por ejemplo que el poder judicial peruano que su gobierno corrompió en los 90’s no es confiable para juzgarlo. La pregunta es ¿qué tipo de persona se puede identificar tan fanáticamente con el líder y hacerlo impermeable a cualquier evidencia inculpatoria? Los psicólogos están más calificados para hacer esta tipología pero arriesgaré la mía. Uno, los que se beneficiaron política y/o económicamente durante el decenio fujimorista, especialmente si fue por malas artes, lo que los convierte en cómplices de su líder. Dos, los sectores populares a los que inteligentemente Fujimori regaló monumentos para su permanencia electoral por décadas como colegios, carreteras, postas médicas, comedores populares, ropa, etc. Con un estado ausente, colocar estos monumentos a la presencia del estado recibe un reconocimiento duradero por parte de los beneficiarios. Tercero, las personas que están a la búsqueda de algo así como un mesías salvador del Perú, que ponga orden y autoridad sin importar los costos; para ellos “el fin justifica los medios”. Esto deviene en un culto a la personalidad que es vista como infalible, omnipotente, omnipresente y lleva a admirar indistintamente a Adolfo Hítler, Abimael Guzmán, Augusto Pinochet, Hugo Chávez o Alberto Fujimori. A propósito de esto, una oyente del programa “Mesa de Diálogo” que co-conduzco en RPP nos escribió un email criticando los comentarios irónicos burlones que hice del partido japonés que postula a Fujimori, diciendo lo siguiente: “Escucho su programa y espero de usted aprender algo en temas educativos, ya que en políticos no compartimos las mismas ideas… Si el país no avanza estoy segura que uno de los factores de este estancamiento es el periodismo, falto de educación y altura. Todo se puede criticar serenamente y con los términos apropiados, sobre todo cuando tienen la incongruencia de decir que el país va bien, sobra el dinero pero a la vez espectar cómo los peruanos se congelan porque el estado no ha previsto cómo enfrentar este problema, lo que demuestra ineptitud avalada por el periodismo… El ex presidente Fujimori vino con total libertad a exponer su caso en forma internacional en Chile…”. Comparto con mis lectores mi respuesta a ese correo. “Parece que su identificación con Alberto Fujimori no le permite entender la indignación que causa en muchos peruanos (incluyendo los comunicadores radiales) ver expresidentes que desprecian la democracia, el estado de derecho, la limpieza ética, y finalmente un mínimo sentido de decoro por lo peruano. Yo aprendí hace muchos años en mi rol de educador, que hay que sabe leer la indignación de los niños y adultos por igual, y si eso da pie a alguna dosis de ironía, eso solo grafica la inmensidad del daño producido. Y yo lo puedo decir como víctima del régimen que Ud admira y aplaude, sin que tenga que compararlo con ninguno otro que también puede tener sus aristas despreciables. La ironía burlona respecto al partido político japonés por el que postula Fujimori es lo que me salió al aire graficando este malestar… Si Ud. realmente quiere aprender algo de mi, aprenda de mi profunda indignación y necesidad de expresarlo para que todos sepan que hay peruanos que se indignan con estas perversidades. Quizá eso le ilustre mucho más sobre mí que cualquier otra cosa que yo diga sobre temas educativos. De esos quizá sería preferible prescindir si no tolera lo que dije líneas arriba”. Dicho esto, ¿Cómo prevenir esto para construir una democracia decente? Básicamente se requiere de una educación que enseñe a pensar, razonar, desarrollar un espíritu crítico en los alumnos, para que generen sus propias ideas y no acepten la “palabra sagrada” de lo que dice el libro, el profesor o sus padres, que cual caudillos todopoderosos les expropian su libertad de pensar. Una educación que no reprima ni humille a los alumnos, para que no graben en su libreto mental la fórmula “lo que hicieron contigo de chico, hazlo tú con los demás cuando seas grande y tengas poder”. En suma, una educación liberadora que rompa con la esclavitud mental tercermundista.