Alan García, Jorge del Castillo y Allan Wagner se equivocaron al promover la censura de tres caricaturas en el museo Mariátegui del artista Piero Quijano, quien canceló la muestra. Alan García lo justificó diciendo que «No se puede permitir que en un lugar público se insulte a las Fuerzas Armadas… Usted tiene la calle, tiene su hogar, tiene mil galerías de exposición en todas partes, tiene el diario Perú.21 para publicar», afirmó refiriéndose a una de las tres ilustraciones que retrataban a soldados peruanos intentando clavar un fusil en el rostro de un campesino (violando sus derechos humanos durante el conflicto interno). Curiosamente, no se refirió a otras dos ilustraciones que no tenían nada que ver con las FFAA sino con su hijo recientemente reconocido en octubre y con la supuesta privatización de Machu Picchu. Así, lo de las FFAA era un detalle y no el tema principal de la prerrogativa asumida por el INC de censurar lo que no le gustara. En democracias débiles como la peruana, las libertades se ponen a prueba «cuando las papas queman» y no cuando las aguas están mansas. La censura a la conducta de Fujimori por el golpe de Estado de 1992 y por la violación de los derechos humanos en La Cantuta y Barrios Altos durante su gobierno se hace precisamente porque aun en situación de gravísimo conflicto interno sólo el respeto al Estado de Derecho garantiza la capacidad de los pueblos de vivir en democracia y mostrar la superioridad de la ley frente a los instintos criminales de las cúpulas gobernantes o militares de turno. Fujimori y su gobierno no estuvieron a la altura de ese reto, y por eso deben ser sancionados. Por lo demás, García se equivoca cuando dice que es en los espacios privados en los que se publica lo que uno quiere y en cambio los espacios públicos deben censurar lo que al gobernante no le gusta. Es exactamente al revés. Los privados pueden decidir qué publican y qué no en función de sus visiones particulares, en cambio el espacio público que les pertenece a todos es por definición el que debe garantizar la exhibición libre de todo aquello que podría no querer exibirse en los lugares privados, mientras no haya apología del crimen o el terrorismo. Aquí García, Del Castillo y Wagner perdieron valiosos puntos como antípodas de Chávez y Castro en materia de libertad de expresión.