En el libro Cuentos Chinos, Andrés Oppenheimer compara el subdesarrollo crónico y casi irreversible de América Latina con el desarrollo galopante altamente auspicioso de los países asiáticos y europeos emergentes. Introduce el concepto de “guerra civil invisible” que los latinoamericanos están perdiendo contra la creciente masa de delincuentes, criminales, secuestradores, narcotraficantes y terroristas que han obligado a elevar notablemente los gastos públicos y privados en seguridad, a replegarse tras las rejas a las familias más acomodadas y a desistir de venir a la región a los más grandes inversionistas transnacionales. La enorme pobreza y desempleo que durante siglos pudo ignorarse se ha vuelto visible. La sobrepoblación de las ciudades, el desempleo crónico, la expansión de las comunicaciones que estimula a los jóvenes a ingresar a este mundo moderno y opulento al que no logran acceder por falta de educación y empleo, produce crecientes crisis de expectativas insatisfechas y frustración. Este cóctel explosivo lleva cada vez a más jóvenes armados y desinhibidos por la droga a asaltar, secuestrar y matar, erosionando la calidad de vida de los latinoamericanos. En América Latina hay 2.5 millones de guardias privados; en Brasil y Colombia hay 3 y 7 guardias privados por policía, respectivamente. El 75% de los secuestros del mundo se realiza en América Latina y la tasa de homicidios es de 27.5 víctimas por cada 100,000 habitantes, contra 22 en Africa, 15 en Europa del Este y uno en países industrializados. Los homicidios son la sétima causa de muertes y los gastos promedio en seguridad llegan al 7% contra 3% en Asia. Esto produce fuga de capitales, caos social y la creación de zonas liberadas en las que gobiernan los narcotraficantes, terroristas, pandillas armadas y mafias delincuenciales con conexiones internacionales. Esto paulatinamente quiebra cualquier intento de gobernabilidad y alienta las demandas por gobiernos dictatoriales. Nos salvaremos si cerramos rápidamente las brechas educativa, tecnológica y de competitividad, apostando a ser una pequeña potencia emergente como Irlanda, Finlandia o República Checa, que levante el bienestar de los peruanos dando rápidos saltos en nuestro desarrollo. El gobierno debería convocar a las mentes peruanas más sabias de todas las disciplinas (incluyendo artes y deportes), encargarles diseñar ese proyecto, demandarles planteamientos audaces, creativos y pragmáticos que ningún equipo ministerial de “reforma del Estado” sería capaz de proponer. Ojo: con más de lo mismo, perderemos la guerra.