La renuncia forzada del economista Lawrence Summers a la Presidencia de la Universidad de Harvard para el 30 de junio del 2006 ha desatado polémica en el mundo académico de los EE.UU. Una infeliz mención en un discurso sobre las razones genéticas intrínsecas por las que las mujeres están sub representadas en las carreras de ciencias básicas y los premios, sumado a una personalidad soberbia y arrogante capaz de hacer comentarios sexistas y racistas (sobre los que se disculpó) y de tener réplicas sarcásticas frente a las críticas, le costó el cargo. Sin embargo, podemos imaginar que esos fueron solamente los pretextos que usó el patronato de Harvard. Sus faltas no ameritarían el retiro de una mente brillante y un ejecutivo de polendas.
Summers tuvo notables logros en cinco años al expandir las fronteras de la universidad y crear nuevos laboratorios de avanzada que en área suman más que 26 campos de football. Creó el “Harvard Stem Cell Institute”, para juntar diferentes investigadores de Harvard, MIT y de diversos hospitales para trabajar en investigación interdisciplinaria de gran escala que crecientemente iría definiendo las ciencias modernas. Se proponía igualmente aumentar las exigencias en ciencias naturales y matemáticas, la genética y la orientación hacia la globalización, lo cual chocaba mucho con los consejos de facultad de Artes y Ciencias, cuyos decanos y catedráticos tienen un enorme peso ante el patronato por su vigencia en el mundo académico mundial.
Según William J. Stuntz (The New Republic online 27/2/2006) las verdaderas razones de la separación tienen que ver con la incapacidad de la comunidad académica harvardiana de adaptarse a los cambios que exige el siglo XXIII, por lo que augura la caída de Harvard. En su carta de renuncia Summers hace notar que la grandeza de Harvard siempre derivó de su habilidad para evolucionar y adptarse a los cambios que demandan los nuevos tiempos, sin embargo, reconoce que ha perdido su lucha contra la creciente complacencia académica. Considera que una comunidad de profesores cuya edad media se acerca los 60 años debe pasar por un proceso de renovación para mantenerse en la vanguardia. Para ello había que atraer, desarrollar y retener a los académicos más promisorios del país que son los que van a definir el futuro de sus disciplinas. Para ello desarrolló una política de enrolamiento en Harvard de estudiantes e investigadores talentosos que eran becados si carecían de recursos. Obviamente esto ponía en riesgo la permanencia de los catedráticos tradicionales.
Hace 50 años, General Motors era líder en el mercado automotriz norteamericano y mundial. Hoy, está cerca de la quiebra debido a que cuando estuvo en la cresta de la ola no supo administrar su éxito y seguir invirtiendo en investigación y desarrollo. Para Stuntz, Harvard es la General Motors de las universidades: rica, burocrática y confiadamente autosuficiente. Y si cae Harvard, caerán todas las otras más prestigiadas que siguen sus pautas. Cada año los estudiantes de Harvard pagan más y reciben menos en términos de calidad de educación. Muchos de sus doctores que egresan de especialidades jamás recibirán nombramientos estables en sus facultades, que son los únicos empleos para los cuales han sido preparados. Cada vez se especializan en temas más parciales, compartamentalizados y desconectados entre sí, los cuales se sostienen solamente en tango tengan sponsors que los financien. Cada uno describe una parte del elefante pero nadie lo ve en su conjunto. Cada investigador termina escribiendo solo para unas pocas docenas de especialistas con quienes pueden interactuar, en vez de escribir para audiencias de miles o millones. No extraña entonces que los decidores políticos no tomen en cuenta estas investigaciones.
Este conservadorismo de Harvard que reposa en una poderosa y aún prestigiada comunidad de investigadores y académicos que dominan la universidad, cada vez se parecen más a un esquema en el que son los trabajadores de General, Motors y no la gerencia general los que marcan la marcha institucional. Mientras este conservadorismo se resista los cambios, el futuro será problemático.
Conforme decaiga la calidad del equipo docente se despedirá a los innovadores y el público dejará de escoger a Harvard. Es común ver que el último paso desperado de una empresa que está decayendo es despedir a quienes piden cambios. ¿Hacia adónde girarán entonces las preferencias de los nuevos universitarios? Quizá serán las universidades de China e India las que dominen el mundo, o quizá algunos poderos emprendedores recoloquen a las británicas Oxford o Cambridge en el tope de la escala. Lo único que se puede afirmar por el momento es que en 50 años más el mundo de las instituciones de educación superior se verá muy diferente al actual