Muchos aspiramos a que los profesores peruanos sean comparables en su formación, habilidades y desempeño con los europeos o asiáticos, que suelen lograr alumnos con buena formación y rendimiento satisfactorio, de modo que también nuestros alumnos alcancen altos logros durante su vida escolar.
Lamentablemente, está demostrado que los alumnos peruanos tanto de colegios públicos como privados rinden muy mal en cuanta prueba de evaluación nacional o internacional se les aplique, tanto por sus carencias de origen como por el deficiente modelo de gestión y financiamiento escolar y las limitaciones propias de los directores y profesores.

Estas limitaciones no implican que les falte vocación, responsabilidad o dedicación. Son consecuencia de no haber tenido la oportunidad de una mejor formación, porque la mayoría de los ISP y facultades universitarias de educación tienen un bajo nivel de docencia y exigencia, que hace que los egresados tengan severas limitaciones para su futura labor docente. A eso se agrega el problema cultural y social, que hace que la profesión docente sea poco reconocida y prestigiada y que no atraiga a los mejores postulantes.

Cada vez que escribo señalando estas limitaciones del profesorado, algunos lectores se ofenden porque se sienten injustamente aludidos. La verdad es que tienen razón. Yo debería ser más cuidadoso con las generalizaciones. Así que aprovecho para disculparme y aclarar mejor el punto.
Sé que hay ISP y facultades de educación que pese a todas las limitaciones hacen un buen trabajo y logran que sus egresados tengan un buen nivel pedagógico. Asimismo, que hay en el Perú excelentes profesores, que a punta de esfuerzo, dedicación y superación personal logran impactar positivamente en sus alumnos y podrían hacerlo también en cualquier otro país.

Sin embargo, aun suponiendo que hay 220 mil buenos maestros, ellos mismos reconocerán que si los otros 100 mil no lo son, no es justo para sus alumnos que los profesores tengan estabilidad laboral perpetua y que el Colegio de Profesores impida que otros profesionales con vocación y capacidad docente ejerzan la docencia, en tanto no se pueda garantizar la calidad del conjunto del profesorado titulado. Por eso, señalar estas limitaciones no busca maltratar a los buenos profesores, sino demandar de quienes no lo son que procuren serlo o dejen su lugar a quienes sí podrían serlo, y que de una vez por todas se reformule la obsoleta legislación educacional