He aquí una breve descripción sobre la conducta de un presidente latinoamericano que probablemente muchos reconocerán conforme vayan leyendo el texto. Cuando era candidato, tenía problemas para conseguir los votos de la derecha y la clase empresarial, por sus antecedentes, propuestas populistas y discursos de corte socialista. Alguna vez en el pasado había exigido que el país rompa con el FMI y dejase de pagar la deuda externa para enfrentar el imperialismo financiero norteamericano. Una vez que el candidato ganó las elecciones, dio un giro hacia la derecha, nombró un equipo económico y productivo que tranquilizó a Wall Street y continuó la apertura económica que heredó de su antecesor. En su primer discurso presidencial anunció políticas de austeridad y responsabilidad en el manejo económico, e invocó a la población a que asuman sus deberes y responsabilidades, dejando de culpar a otros países o instituciones por las carencias y desgracias nacionales, cuyas causas y eventuales soluciones dependían fundamentalmente de sus ciudadanos. Tras las elecciones municipales, en las que el partido de gobierno perdió muchos municipios incluyendo el más simbólico de todos, el presidente se justificó diciendo que él no hizo un irreponsable populismo económico electoral y que en todo caso el gran logro de su gobierno había sido mantener la estabilidad macroeconómica, incrementar el crecimiento económico, reducir el riesgo país, aumentar las exportaciones y reservas, mantener baja la inflación y hacer crecer paulatinamente el empleo. Los analistas decían que el presidente le había entregado la economía a la derecha mientras mantenía un discurso con anuncios populistas para contentar al pueblo. Su estrella rectora ya no era la ideología sino el realismo económico. Sin embargo, este presidente tenía un problema que sus allegados reconocían en privado: hablaba demasiado. Tenía una “incontinencia verbal”. Seis meses después de asumido el poder el presidente había pronunciado más de 100 discursos públicos, la mayoría de ellos improvisados. Muchos de sus discursos sorprendían a propios y extraños y obligaban a sus ministros a encontrarle salida a sus ofrecimientos… ¿Ya sabén de quién se trata? Efectivamente, se trata del presidente Lula del Brasil. Cualquier parecido con otros presidentes latinoamericanos es pura casualidad, aunque ayuda a entender cómo funciona la política izquierdista latinoamericana en nuestros tiempos, exceptuando al outsider Hugo Chávez. (Las referencias brasileras han sido extraídas del libro “Cuentos Chinos” de Andrés Oppenheimer, 2005, pag 211-215)