¡CÓMO CAMBIAN EN POCOS MESES LAS PRIORIDADES VOCACIONALES!

Hay padres de jóvenes de 15-18 años que se muestran muy ansiosos por la elección vocacional de sus hijos, considerada determinante para su vida futura. Buscan cuanta ayuda profesional esté publicitada y prestigiada, incluyendo evaluaciones vocacionales complejas, con la intención de acertar en dicha elección. Suponen que “equivocarse” implica una pérdida de tiempo, dinero y oportunidades para acumular rápidamente los peldaños precisos para triunfar en la vida profesional. A su lado hay padres de jóvenes mayores de 20 años que observan cómo sus hijos que eligieron tempranamente y “con toda seguridad” la universidad y carrera a seguir, llegados a esas edades aún están deambulando de una universidad o profesión a otra, confundidos, insatisfechos, frustrados por no encontrar su lugar y especialmente por “haber perdido el tiempo” (y decepcionado a sus padres) en algo que no despertaba su pasión.

Lo que ocurre es que la premisa de que los jóvenes de 15-18 años están listos para elegir la carrera en la que se desempeñarán por el resto de sus vidas es equivocada. Una pequeña minoría logra una elección consistente en el tiempo. La gran mayoría necesita tiempo para explorar, navegar, acumular experiencias, ensayar opciones, independizarse de los mandatos familiares o los estereotipos profesionales, hasta finalmente descubrir qué es lo que realmente les apasiona; que es aquello de lo que disfrutan trabajando cotidianamente y en lo cual les encantaría mantenerse un tiempo como profesionales.

Así como el apremio de los padres por que sus hijos aprendan a leer y escribir o las matemáticas básicas a los 5 años mayoritariamente daña emocional y académicamente a sus hijos, o hacerlos jugar fútbol a edades muy tempranas los daña en su desarrollo físico y psicomotor, del mismo modo presionarlos para que elijan una opción vocacional definitiva a los 15-18 años los carga de ansiedad, angustia, confusión, presión, que solo se resuelve escogiendo algo que deje contentos a los padres, hasta que se den contra la pared y descubran que lo que eligieron contenta a otros pero no a ellos mismos.

A propósito de la variabilidad de criterios que existen en los jóvenes a la hora de marcar sus preferencias vocacionales, hay un estudio de Sheena Iyengar y Rachel Wells de la universidad de Columbia (2010) que habla de cómo cambian las prioridades de los alumnos cuando egresan de la universidad y deben elegir su primer empleo. Le pidieron a cientos de egresados del college que describan lo que considerarían su empleo ideal en tres momentos diferentes dentro del lapso entre 6 y 9 meses que les tomó desde la búsqueda inicial hasta ubicarse en el empleo satisfactorio. En cada ocasión les dieron los mismos 13 indicadores para que los ordenen según prioridades. Estos incluían: altos ingresos, oportunidades para avanzar, seguridad en el trabajo, oportunidades para ser creativos y libertad para tomar decisiones. Encontraron que los egresados sistemáticamente cambiaban su orden de prioridades a lo largo de los meses, volviéndose más pragmáticos conforme se acercaban a la decisión final. Por ejemplo al principio valoraban más la “libertad para crear” o “tomar decisiones” (más idealistas); con el paso del tiempo valoraban más “oportunidades para avanzar en la carrera” y en el último tramo valoraban más la “más alta remuneración” (más pragmáticos, debían devolver los créditos educativos, etc.).

Algo parecido ocurre en el terreno vocacional. Con el paso del tiempo los jóvenes van cambiando sus criterios respecto a los estudios universitarios y eso los lleva a querer cambiar de carrera o universidad, hasta encontrar su lugar óptimo. Sin embargo, si en ese proceso chocan con la incomprensión y presión familiar o les falta el coraje para cambiar de rumbo, resignándose a mantenerse en lo que fue primera prematura elección, estarán muy poco motivados y cargados de sentimiento de frustración y culpa. Eso los llevará a ser estudiantes mediocres y a atacar a todos aquellos que los forzaron a elegir tempranamente una opción y mantenerla luego en tiempo. Eso no augura un buen desarrollo profesional y tampoco una buena relación padres-hijos en ese tramo de sus vidas. Es bueno que los padres acompañen a sus hijos, pero no que les impongan sus preferencias en la decisión vocacional.

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