Frente al alarmante crecimiento de las enfermedades mentales basadas en desórdenes de alimentación quizá vale la pena pensar en los mensajes que estamos trasmitiendo a los jóvenes (especialmente las chicas) respecto a sus cuerpos, desde el hogar, la escuela y los medios de comunicación.

Sin ser psicólogos, los educadores tenemos mucho que decir respecto de un problema educativo de primer orden que se expresa en aquellas jóvenes que odian su cuerpo y de paso a sí mismas. Muchas chicas han sido criadas para pensar “estoy bien si mi cuerpo está bien”, por lo que su autoestima depende de su imagen corporal. ¿Y qué significa que su cuerpo esté bien? Que se parezca al de las modelos que aparecen en las revistas y pantallas: delgadas, curvilíneas, hermosas.

Si su nariz, mentón o busto no encaja, procuran operárselo. Si son gorditas se la pasan haciendo dietas que pueden llegar a ser muy extremas. Las que no toleran las dietas pero sienten muchos deseos de comer, luego de hacerlo se inducen al vómito o consumen diuréticos y laxantes, entrando en un circuito de sentimientos de culpa difícil de romper. Con todo ello no sólo dañan sus órganos vitales, sino también su salud mental. Se obsesionan con su cuerpo, que se convierte en el centro de su mundo, ánimo, sentimiento de éxito y felicidad. Si sienten que por su cuerpo nadie las quiere y que son objeto de burla o aislamiento, dolidas se deprimen, frustran, se ponen ansiosas. Algunas inclusive buscan liberarse a través del alcohol, drogas, conductas sexuales desbordadas u otras actitudes autodestructivas.

En muchos casos estas jóvenes tienen una historia de dietas que viene desde la infancia, con madres que siempre les cuestionan lo que comen y las condenan a las ensaladas y dietistas. Si las hijas deducen que el amor de sus madres y allegados depende de su cuerpo, lo convertirán en un instrumento para manipular o atender estas expectativas. El caso inverso no es menos grave: el de aquellas jovencitas hermosas a quienes les han hecho sentir apreciadas sólo por su cuerpo, pero que dentro de él nada vale, lo que deriva en una pobrísima autoestima y frustraciones que también conducen a conductas autodestructivas.

En suma, mientras el cuerpo importe más que la persona la autoestima será pobre y abundarán las anoréxicas y bulímicas. Para prevenirlo, la educación debe evitar que la vida y valores de los jóvenes giren en torno a sus cuerpos. Y actualmente una buena parte de esos retos se juegan en el mundo digital y las redes. Si logramos cultivar la autoestima positiva de nuestros niños y jóvenes haciéndoles notar que su cuerpo es valioso, pero además lo son sus sentimientos, pensamientos, personalidad, capacidades sociales y valores, tendrán mejores oportunidades.

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