Algunos lectores me han escrito cuestionando la idealización que se ha hecho del Dr. Valentín Paniagua porque, a juzgar por los gobiernos poco exitosos de Belaunde de los que fue ministro, así como por los escasos votos que recibió como candidato a congresista y recientemente como candidato presidencial, suena contradictorio. Algunos le critican su oratoria blanda y ciertas decisiones presidenciales. Quizá mi mejor homenaje a Valentín Paniagua, a quien critiqué ocasionalmente por su debilidad como candidato presidencial, sea defender los reconocimientos que recibe. Entendamos que a Paniagua no lo estamos ensalzando como político. Políticos de polendas son Bill Clinton, Lula, Alan García, Fidel Castro… gente con oratoria convincente, maña, inspiración para el debate, dominadores de plazas, con reflejos para torear periodistas o arrinconar a sus rivales, jugadores sofisticados para dividir y gobernar… Pero ninguno de ellos sería colocado en los primeros lugares del ranking de la moralidad y ética pública. Tampoco estamos elogiando las capacidades oratorias de Paniagua, hombre difícil de entrevistar para sacarle una “pepa” y discursante monótono, aunque elegante y cordial. Lo que a Paniagua le reconocemos son dos cosas vitales. Una, que estuvo en el lugar requerido en el momento preciso para asumir la presidencia de transición, que marcó el giro desde una dictadura aliada con la corrupción a un sistema de gobierno más próximo al democrático, y lo hizo muy bien. La otra, que en un país en el que la gestión pública de presidentes, ministros, congresistas, alcaldes, jueces y demás funcionarios públicos está permanentemente contaminada por la corrupción, al punto que cada vez más peruanos declaran resignados que “si hace obras, no importa que robe”, aparece este hombre que teniendo todo el poder se mantuvo sin tacha en materia de corrupción. Exhibió corrección, respeto al Estado de Derecho, sentido del deber y caballerosidad de gobernante, sin abandonar su plataforma de humildad y decencia. Si hubiera cien Paniaguas encumbrados en el poder en el Perú de hoy, estaríamos entre los punteros en el ranking de los países desarrollados sin corrupción. La muerte de Paniagua nos deja sin uno de los principales jugadores del partido por la moral pública y por evitar la entronización de la corrupción. De allí que elogiemos y apelemos a su recuerdo para sentir que siguen habiendo suficientes jugadores en la cancha como para prevalecer sobre quienes aspiran al poder sólo para repartirse el botín.