Según el artículo «El escándalo de los niños brillantes rechazados por las universidades de elite», casi la mitad de los jóvenes que ingresan cada año a las 13 más prestigiosas universidades inglesas provienen de colegios privados y apenas 10% procede de las clases más bajas. La probabilidad de ingresar es aproximadamente 25 veces mayor si el postulante procede de un colegio privado. (Peter Lampl, «The Times», Londres 10/4/2000). Esto se debe a que menos jóvenes pobres aplican a las mejores universidades (anticipadamente resignados a no ingresar) y que éstas tienen un sistema de admisión que discrimina a favor de los egresados de colegios privados.
El Departamento de Economía de la Universidad de Chile hizo un estudio similar con los resultados de la Prueba de Aptitud Académica (PAA)
2001 que definieron el acceso a la educación superior de los 188,000 jóvenes que la rindieron ese año. Estimaron que los alumnos que habían asistido a colegios particulares obtuvieron en promedio 89 puntos por encima de quienes asistieron a colegios particulares subvencionados de financiamiento mixto público-privado y 130 puntos por encima de los alumnos que asistieron a colegios estatales. («¿Qué nos dicen los Resultados de la PAA? En Libertad y Desarrollo 564, 18/1/2002, Chile).
En un análisis titulado «Mitos en torno a los resultados del Simce», el ex ministro de Educación chileno doctor José Joaquín Brunner concluye que: «En suma, ingresos más educación de los padres (capital cultural de la familia), son las variables más decisivas para explicar las diferencias del rendimiento escolar promedio de los alumnos. En otras palabras: las desigualdades sociales extra-escolares son determinantes para el éxito escolar de los alumnos. («El Mostrador» 25/4/2003).
Nada nuevo, ¿verdad? Lo que sí fue nuevo entre los hallazgos de Brunner fue que los alumnos del grupo socioeconómico más alto obtuvieran resultados similares a los de las escuelas privadas subvencionadas por el Estado (a las que asiste la clase media), donde el gasto promedio por alumno fluctúa entre 1/4 y 1/2 de lo que cuestan las escuelas privadas de elite. Concluye que no por ser los más caros obtienen los mejores resultados, por lo que no necesariamente deben servir como ejemplo de una buena gestión educativa.
En suma, la escuela pública dejó de ser la gran igualadora de oportunidades y la escuela privada de elite es sumamente ineficiente.
Ambos modelos de gestión deben ser revisados.