La educación pública ha llegado a un nivel de deterioro tan grave que parece ser irreversible. Es un sistema que está trabado intrínsecamente, esposado a leyes y reglamentos que lo hacen inviable, así se invierta más dinero en él. Un sistema educativo que medido con cualquier grupo de indicadores está en la cola del mundo, con pobrísimos desempeños de profesores y alumnos, y con una inoperante gestión ministerial.
Usaré esta vez argumentos cuantitativos.
En el año1960 un profesor ganaba 1,000 dólares. Era un profesional de clase media, junto con su esposa profesional podían tener un ingreso familiar de 2,000 dólares. Eso le daba acceso a periódicos, libros, automóvil, vivienda propia. Podía dedicarse exclusivamente a la docencia, preparar clases, corregir tareas, etc.
En los siguientes 40 años, como consecuencia de la masificación desfinanciada de la educación pública gratuita en todos sus niveles, el sistema se ha llenado de alumnos y profesores pero diluyendo los escasos recursos asignados al sector, por lo que la inversión per cápita por alumno o por profesor se han reducido a cifras minúsculas.
En el año 2004 un profesor gana 220 dólares. Es un profesional pobre. Si su sueldo es su único ingreso familiar estará en la pobreza crítica, sin acceso a una alimentación completa, periódicos, libros, vivienda y sin tiempo para dedicarse a preparar clases, revisar tareas, muy tentado además a conseguir un ingreso adicional por vías lícitas y en algunos casos inclusive por vías ilícitas (vender notas, exámenes, clases particulares a sus propios alumnos para aprobarlos).
Por otro lado las leyes magisteriales han ido consagrado la estabilidad laboral magisterial perpetua y la homogenización salarial sin que medie evaluación alguna y mucho menos demostración de méritos, lo que ha impuesto candados a cualquier intento de flexibilizar la gestión educativa. Eso significa que los buenos profesores no pueden ser incentivados por su buen desempeño para que ganen más y se dediquen más a su trabajo, y que los malos profesores no pueden ser retirados para dejar su lugar a postulantes que renueven el magisterio. Eso significa también que los 100,000 profesores titulados que están a la espera de conseguir un contrato y los 130,000 estudiantes de pedagogía actuales que egresarán en los próximos 5 años al mercado laboral docente, conforman una interminable lista de espera de docentes titulados de similar calidad a la de muchos de aquellos que actualmente están en servicio con resultados insatisfactorios. Es decir, de seguir vigente la actual legislación, por los próximos 15 años no habrá cambios en la formación de los alumnos en nuestras escuelas públicas.
A eso se agrega que el deterioro continuo y acumulativo de la profesión y la remuneración docente en los últimos 40 años, ha hecho que esta profesión pierda prestigio y atractivo entre los postulantes más hábiles, quedando la docencia como una opción de muy baja preferencia entre ellos, por lo que los institutos pedagógicos y universidades se han llenado de futuros docentes con muy débil bagaje intelectual y cultural. Esos futuros docentes tendrán en sus manos a las nuevas generaciones de peruanos que han de competir de igual a igual con los jóvenes asiáticos o europeos cuyos profesores cuentan con maestrías obtenidas en universidades del más alto nivel mundial y tienen ingresos que corresponden a la clase media europea.
Lo peor del asunto es que aún si hipotéticamente hoy día se le cuadruplicara el sueldo a los docentes, no mejoraría sustantivamente la calidad de la educación, porque estaría en manos de los mismos docentes aunque con los bolsillos más llenos. Tomaría cuando menos 10 años que los mejores sueldos y condiciones de trabajo vuelvan a prestigiar la carrera docente, se logre seleccionar mejores postulantes y aumentarles las exigencias académicas, producir egresados de institutos y universidades de mayor nivel, esperar a que sean contratados en las escuelas públicas, para que recién entonces empiecen a hacer sentir su influencia renovadora, siempre y cuando para entonces se hayan cambiado las leyes para permitir su ingreso a la carrera docente.
Mi enorme admiración por tantos profesores y directores de las escuelas públicas gracias a los cuales millones de peruanos han dejado de ser analfabetos, y los que en muchos casos han dejado huellas afectivas muy estimulantes para la superación personal de sus alumnos por el resto de sus vidas, no debe opacar el análisis de la cruda realidad del sector. Hay que soltar las amarras que sujetan a la educación pública a las obsoletas concepciones y leyes que imposibilitan desarmar todo este tinglado y abrir nuevas vías para la renovación educativa del país. De lo contrario, no hay nada que hacer. ¿Pesimista, o bien informado?