A fines del 2004 tuvieron que dejar sus cargos personalidades con mucha credibilidad: Luis Vargas Valdivia (procuradoría anticorrupción); Fernando Tuesta Soldevilla (Onpe); Rafael Roncagliolo (Secretaría Técnica del Acuerdo Nacional) y Fernando Villarán (Ceplan). Ellos se suman a prestigiados ministros salientes como Baldo Kresalja, Fernando Rospigliosi y Jaime Quijandría. En cambio, han seguido atornillados en sus cargos los cuestionados Carlos Ferrero, Roberto Chiabra y el renunciante Javier Reátegui antes de irse mandó al exilio dorado mexicano a su ex – viceministro Richard Díaz, el campeón de las adjudicaciones directas sin licitación, para evitarse otro caso tipo Almeyda. Esto, sumado a los papelones diarios de los Toledo y los congresistas explica los resultados de las encuestas y las temporales simpatías populares al intento golpista de Humala.
Las encuestas muestran que los electores siguen buscando a alguien que los represente. Una sector busca a alguien como Fujimori, que simboliza la gestión autoritaria y la provisión de bienes para los pobres, aunque preferirían a alguien sin mancha de corrupción (quizá Castañeda). Otro sector busca a alguien como Paniagua, que simboliza la decencia y respeto al estado de derecho, aunque preferirían a alguien con más fuerza (quizá Yehude Simon o Lourdes Flores). Otro sector busca a alguien como el entonces joven Alan García, carismático orador de juventudes, aunque preferirían alguien sin el lastre de los desaciertos del gobierno aprista (quizá Salinas o Kouri). Mientras las figuras alternativas no convenzan más, un 50% seguirá prefiriendo a Fujimori, Paniagua y García, aunque será una preferencia voluble. Pero el otro 50% seguirá sin sentirse representado y posiblemente apueste por los outsiders o marginales de la política. Y si las leyes electorales les impidieran participar dentro del sistema, buscarán que hacerlo desde fuera, al estilo de Humala o los cocaleros.
El hartazgo de la gente respecto a sus gobernantes y la clase política así como la falta de liderazgos confiables es de tal magnitud, que las acciones antisistema pueden sucederse una tras otra. Si la población encontrara en sus líderes políticos una actitud comedida, transparente, austera y responsable, que ejemplifique una genuina preocupación por las limitaciones presupuestales y rechace la frivolidad y corrupción en el poder, podría identificarse con ellos y postergar la demanda por la satisfacción inmediata de sus expectativas. Pero mientras vea congresistas incapaces sobrepagados y gobernantes veraneando en Punta Sal mientras los gobernados mendigan en Andahuaylas, lo de Humala puede ser el anuncio de cosas peores.

Antauro Humala, tal como consta en su libro «Ejército Peruano: Milenarismo, nacionalismo y etnocacerismo», predica un mensaje antigubernamental y antisistema basado en la lucha étnica nacionalista de la raza cobriza. En vez de las águilas y esvásticas fascistas usa cóndores y chacanas. Su mensaje llega a un sector de la población andina y de reservistas que no tiene nada que perder, cansado de esperar, marginal a la globalización, que en su decepción con el liderazgo civil y militar está dispuesto a realizar acciones de ruptura con el orden jurídico establecido.
Curiosamente los Humala no son indígenas ni pobres; han sido educados en los colegios Franco Peruano y Union y disfrutan de las veleidades de la alta sociedad urbana limeña. Tanto Antauro como su hermano Ollanta tienen una clara vocación política cuyo objetivo final es llegar a la Presidencia de la República. Para Antauro el fin justifica los medios. Según el Gral PNP Marco Miyashiro (Expreso 4/1/2005) Antauro Humala ha sido un violador de los derechos humanos (Caretas Nº 1799) en Acobamba-Huánuco, entre 1986 y 1987, cuando era subteniente y actuaba con el seudónimo de “Corpus Christi”. Además ha denunciado que su famoso levantamiento en Moquegua en octubre 2000 cuando el gobierno de Montesinos-Fujimori se caía en pedazos, fue una cortina de humo coordinada con la gente de Montesinos para permitirle fugar tranquilamente a bordo del velero “Karisma”.
Sin embargo, ninguno de esos reparos hace mella en la identificación coyutural con los Humala, porque esta no es personal. La gente que se ha identificado con la rebelión de Antauro Humala lo ha hecho con quien tiene un discurso antisistema que le ha ofrecido a la población decepcionada de la clase política un canal para exteriorizar su malestar, aún si eso significaba pisotear la legalidad y asesinar policías.
Si los gobernantes, congresistas y políticos no toman nota del significado que tiene que una buena parte de la población pueda avalar temporalmente las acciones antisistema y delictivas de un personaje como Antauro Humala, la próxima vez tendrán que enfrentar cosas más graves.
Este es un momento decisivo para que los líderes políticos y sociales que quieren participar en el gobierno del año 2006 ofrezcan a la población canales alternativos, pacíficos, decentes y legales, para acceder al bienestar.