Aurora Digital 30 04 2015

Con frecuencia escucho hablar de la asimilación de un modo culposo hacia el “asimilado”, partiendo del supuesto de que un judío que es consciente de sus raíces y ha transitado por las instituciones judías, supuestamente ha recibido suficientes estímulos positivos como para mantener la voluntad de la continuidad judía, por lo que si se asimila resulta ser una especie de traidor a la causa. Pocas veces escucho voces más autocríticas capaces de sostener que cuando los estímulos para la continuidad judía son vividos como negativos, la asimilación es la salida lógica para el judío frustrado con su comunidad y su judaísmo.

Por ejemplo, si un judío recibe la oportunidad de asistir a las sinagogas y colegios judíos becado, pero para recibir esa beca se le hace sentir disminuido, su huella será más negativa que positiva, más aún si en el colegio se marcan diferencias entre los que tienen y los que no tienen (dinero, poder, apellido encumbrado). Si un judío desea contraer matrimonio o enterrar a un ser querido y en esa circunstancia se le hace sentir que es un personaje no deseado en razón de sus vinculaciones familiares con no judíos, le quedarán pocas ganar de mantener su vida en comunidad. Si un judío liberal, con vocación humanista, que no es practicante de los rituales religiosos es considerado un outsider porque no disfruta de las ceremonias religiosas que predominan en la vida comunitaria judía, no se sentirá muy atraído para continuar en la comunidad. Si un judío siente que en la comunidad predomina la ostentación y que las decisiones dirigenciales y rabínicas se basan en conveniencias económicas personales, difícilmente ese entorno le resulte atractivo a muchos judíos.

Pero podría ser interesante inclusive ahondar en lo que es la traumática experiencia escolar de muchos niños en los colegios judíos. Ya no hablo de la obsolescencia de los enfoques pedagógicos que causan aburrimiento en los alumnos, más aún en los temas que corresponden al área judaica. Me refiero a los conceptos distorsionados de convivencia social armoniosa y solidaria que habrían de cultivarse en los colegios judíos si fueran coherentes con los valores comunitarios tradicionales y que se ven cada vez más afectados por todas las formas de competencia y diferenciación negativa que existen en ellos.

En los últimos años me he entrevistado con cientos de padres de familia ex alumnos de colegios religiosos de diversas confesiones incluyendo la judía (los del colegio que yo dirigí hasta hace ocho años atrás en el Perú), que están en el trance de decidir por el colegio al que inscribirán a sus hijos, y he encontrado una creciente tendencia a señalar que al colegio al que ellos fueron no mandarían a sus hijos. Al preguntarles por qué esa negativa, suelen señalar que les resultó insoportable la rigidez, el dogmatismo, la verticalidad y unilateralidad del trato de las autoridades, la falta de comprensión de sus necesidades y dificultades, la competencia y presión por las notas para lograr lo que denominaban la “excelencia”. Todo esto se hace más notorio en quienes estuvieron en el 50% inferior en sus méritos escolares, o en aquellos padres que tienen hijos creativos, curiosos, inquietos, exploradores, que temen que en esos colegios los van a encasillar y frustrar. La expectativa más común es “¡Quiero que mi hijo sea feliz, que disfrute de su vida escolar!” (y consideran que eso no se logrará en el colegio de identidad religiosa).

A diferencia de todos los otros colegios en los que se promueve la excelencia asociada a la obtención de las mejores notas como un valor supremo, en los colegios religiosos resulta un factor de incoherencia con los principios morales por los que abogan. Pocos alumnos sienten que en sus profesores prima la comprensión, paciencia, preocupación por los más débiles e incentivo a los compañeros para que sean solidarios.

Sienten ausente la esencia de la vida de comunidad que en todas las confesiones demanda pensar en el bienestar del prójimo, ser solidarios, generosos, más aún en ambientes de competencia en que todo el tiempo se jerarquiza entre los buenos y malos alumnos (a quienes se manda a terapias, tomar medicamentos o asumir clases particulares); se exalta la excelencia en términos competitivos que sobrevalora al primero, al mejor, a quien está por encima de los otros, que son propias de una mentalidad individualista y competitiva que daña el sentido de colectividad entre pares, que es esencial para la vida en comunidad.

Por supuesto que hay quienes tienen excelentes recuerdos de su colegio confesional y envían a sus hijos a colegios similares, pero la pregunta es ¿no hay lugar a revisar las estrategias pedagógicas de los colegios judíos, que al menos en parte producen la sensación descrita entre sus egresados?

En suma, lo que sugiero a los dirigentes comunitarios de las diversas comunidades en el mundo es mirar un poco menos al “culpable” que se aleja, y mirar un poco más a la comunidad que “no los atrae”. Creo que si hay honestidad se encontrará más de un asunto en el quehacer comunitario y educativo judío que valdría la pena replantear.

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«Los alumnos que no compiten tienen una mejor salud mental” (David Johnson) «Cada vez que dos estudiantes trabajan juntos, la relación cambia: se entienden mejor, se aceptan y se apoyan mutuamente tanto en lo académico como en lo personal. Cuando no compiten, mejora su salud mental; ganan autoestima y mejora su habilidad para lidiar con el estrés. El grado de vinculación emocional entre los estudiantes tiene un profundo efecto en su comportamiento en el aula. Cuanto más positiva es esa relación, menores son las tasas de absentismo y de abandono. El sentimiento de responsabilidad sobre el grupo incentiva las ganas de emprender proyectos de mayor dificultad y mejora la motivación y la persistencia para alcanzar una meta conjunta. El grupo se siente unido frente a ataques externos o críticas y crece el compromiso por el crecimiento personal y académico del resto de miembros del equipo. Los niños que requieren tratamiento psicológico suelen tener menos amigos y sus amistades son menos estables a largo plazo. La esencia de la salud psicológica es la habilidad de construir, mantener y modificar las relaciones con los demás para conseguir determinados objetivos. Los que no son capaces de gestionarlo suelen presentar mayores niveles de ansiedad, depresión, frustración y sentimientos de soledad. Son menos productivos y más inefectivos en combatir la adversidad».

Testing times: children’s education should not be a competition, Stephanie Dowrick, MAY 4, 2018 Falsely “tough» competitiveness between children, adults, nations seems to drive conservative ideology increasingly. And it is profoundly unintelligent. It brings out the best in neither those currently “winning” – but in fear of losing their edge – nor those already “missing out” or regarding themselves as “losers”. By submitting your email you are agreeing to Fairfax Media’s terms and conditions and privacy policy. We learn best when we are most engaged and interested. We do not learn best when we are highly stressed or anxious. How simple is that? Cramming for exams narrows thinking. It does not teach what “thinking” and especially fresh or creative thinking can allow.