1) El presidente García en su discurso inaugural del 28 de julio del 2006 pidió que “rescatemos los valores y, entre ellos, el valor del deber que hemos perdido”. Jorge del Castillo en su discurso de presentación ante el Congreso el 24 de agosto del 2006 anunció que “nos hemos propuesto ir al rescate de la responsabilidad, de la solidaridad, del sentido común, del respeto ciudadano, de los valores cívicos, del derecho de los demás, así como del cumplimiento de nuestros deberes y obligaciones”.
¿Cuál es la madre de todos los valores, que da origen a todos los deberes? La verdad, es decir, la honestidad. Pues bien. Sabemos que en toda organización, solo si la cabeza la ocupa una persona que es profesional y moralmente impecable, habrá un efecto inhibidor y sancionador de deshonestidades y corrupciones en todos los subordinados. En cambio si la cabeza es deshonesta (corrupta, coimera, mentirosa) la honestidad institucional es inviable. Por tanto, necesitamos garantizar que los líderes que ejercen el poder sean claramente honestos para que impregnen de honestidad a toda la organización. ¿Tenemos ese liderazgo ejerciendo el poder en el Perú? Pidamos a un grupo amplio de peruanos informados que escriban en un papel los nombres de 10 políticos peruanos de nota con poder que sean honestos ¿podrían hacerlo? ¿cuánto tiempo y esfuerzo requerirían para hacerlo? Sería una tarea muy difícil. El partido aprista tiene además notorias huellas de corrupción en sus alforjas del 1985-1990 que dañan su credibilidad en cualquier campaña de valores. Sin embargo, eso puede tener un paliativo: colocar gente impecable desde el punto de vista profesional y ético en los ministerios y jefaturas de oficinas públicas para que impregnen de su credibilidad al gobierno. Junto con ello, ejercer una conducción política honesta, que no engañe ni tienda cortinas de humo tramposas, que no desconozca ni incumpla promesas, ni tergiverse la realidad para beneficio propio. Así mismo, no colocar a los ministros en situaciones que los conviertan en deshonestos y los desprestigien ante la opinión pública, como en el caso de la pena de muerte, que la mayoría de ministros objeta, pero presionados por el presidente García han tenido que apoyar colectivamente. Si los ministros con todo el poder, prestigio y peso personal que tienen no han sido capaces de negarse a tal presión que torció sus principios, ¿qué se puede esperar de cualquier otro funcionario sometido a la presión de algún jefe para cometer una irregularidad éticamente inaceptable? Sin reparar las deshonestidades iniciales, será iluso hablar seriamente de valores y deberes.
2) Si asumimos que muchos políticos de primera línea del Perú son deshonestos, o en todo caso que no hay un núcleo honesto suficientemente notorio como para que todos los reconozcan y valoren, es de suponer que sus adjuntos y subordinados se adhieren fácilmente a las reglas de juego de la conducción deshonesta de sus sectores. Eso se convierte en un círculo vicioso que se autopreserva. Por ejemplo, un ministro que aprovecha al chofer oficial para llevar a su esposa de compras y a los hijos al colegio ¿podrá despedirlo cuando llegue borracho al trabajo, sabiendo que el chofer puede denunciar todas estas irregularidades? ó un congresista que acepta el financiamiento “extra oficial” para su campaña electoral de un propietario de casinos ¿podrá votar a favor de una ley que limite el negocio? No se puede ser parcial o temporalmente honesto, porque las deshonestidades de una vez se enganchan sucesivamente con otras y las de otros. Las mujeres están embarazadas o no lo están. No están “un poquito embarazadas”. Lo mismo pasa con la honestidad. O son honestos o no son honestos.
3) Finalmente, si asumimos que una parte importante del liderazgo político que posee el poder es deshonesto, y que la población los percibe así, ¿cómo una generación de líderes adultos deshonestos va a criar una nueva generación de niños y jóvenes honestos a los que habría que educar pidiéndoles que no se parezcan a los adultos que los crían y sirven de modelo? Ese es el tema de fondo en la educación en valores, que es inviable si no hay un liderazgo indiscutiblemente honesto. Muchos de los presidentes, ministros y congresistas que han ejercido en las últimas 4 décadas han dejado la impresión pública de ser deshonestos en su conducta política, paternal y/o marital. Si de verdad queremos lograr una renovación moral de nuestra sociedad son ellos los que deben empezar a reconocer los errores del pasado y rectificar su actitud. De lo contrario, cualquier invocación del Primer Ministro o intento de depositar el encargo de la educación en valores en la escuela caerá en saco roto.