¿Un mentiroso, corrupto o irresponsable puede formar un hijo, alumno o trabajador sincero, honesto y responsable? La respuesta es central para la “educación en valores” que los gobernantes suelen encargarle a la escuela, que obviamente es incapaz de cultivar en los alumnos lo que los adultos no están dispuestos a hacer consigo mismos. Después de todo, los niños aprenden por imitación e identificación con los adultos, principalmente los padres, maestros y líderes de opinión que más aparecen en los medios de comunicación (de la política, farándula y deportes).

Es de sentido común entender que cuando se confrontan las utopías de los programas y textos escolares sobre valores, con la realidad que aparece cotidianamente en la calle y los medios, suele prevalecer la realidad. Los discursos sobre la sinceridad, honestidad, solidaridad o justicia no conmueven las conciencias juveniles si es que lo que ven en la realidad se le opone (salvo en los pocos jóvenes con excepcionales calidades éticas).
Esto es algo que les falta entender a algunos de los empresarios que financian campañas sobre valores en los medios, que se limitan a bellos spots publicitarios cuyos contenidos a veces resultan contradictorios con sus propias prácticas empresariales.

También es algo que les falta entender a los gobernantes. El Presidente es el primer educador del país, secundado por sus ministros, congresistas y jueces. Educan con lo que hacen y lo que no hacen, sus maneras de dialogar o confrontar, de prometer o (in)cumplir, su austeridad o dispendio, su eficacia o incompetencia, su dedicación a los pobres o a las frivolidades… Una figura pública que ha sido irresponsable con su sexualidad y desconoce luego a su hija, se convierte en un referente antieducativo y descalificador de la autoridad mucho más poderoso que 1,000 horas escolares dedicados a hablar de valores o paternidad responsable.

La verdadera reforma educativa del país es la reforma ética de sus gobernantes, que deben entender y asumir que la escuela no es una lavadora de la suciedad adulta, sino una esponja que absorbe las realidades del mundo que la rodea. Observar políticos aferrarse a los puestos públicos o usarlos para beneficio propio, pervierte. En cambio, observar políticos renunciar o ser apartados del gobierno frente a actitudes moralmente censurables o por el mal uso del poder, tiene un valor educativo. Y eso, no requiere de una partida presupuestal.