Cada año asistimos al mismo espectáculo al inicio del año lectivo. No se completa el nombramiento de los docentes en todos los centros y, por lo tanto, hay niños que no tienen a su maestro cuando llega el primer día de clases. En ciertos casos, la ausencia se prolonga semanas. Algunas escuelas están aún en reparación, lo que las hace inadecuadas para que los niños pasen allí el tiempo que requiere la jornada escolar. Pero estas dos fallas, que una gerencia ejecutiva medianamente buena podría resolver, están lejos de agotar el horizonte de dificultades por las que atraviesa la educación nacional. Se necesita también una gerencia estratégica que parta del principio de que no hay educación de calidad sin maestros de calidad y que, por lo tanto, es deber del Estado priorizar la inversión en la formación y capacitación docente. Se necesitan líderes, vendedores de sueños, que motiven a sus colegas e inspiren confianza al abordar situaciones de conflicto, pues es necesario trabajar conjuntamente mientras la reforma avanza. En vez de eso, la realidad del docente nos muestra un rosario de deficiencias profesionales que no son sólo de conocimiento, sino también de actitudes inapropiadas; el desgreño administrativo que se eleva a la categoría del delito de corrupción; y los gremios, siempre listos para mostrar los dientes y proclamar un paro. ¿Cómo podrá salir la educación de esta terrible miseria? ¿Y los políticos? Bien, gracias… ¿Les suena familiar? Todo lo escrito líneas arriba es la trascripción conjugada, título incluido, del editorial del diario panameño Panamá América del 06-03-2008. Nuestros lectores podrían haber supuesto que estaba refiriéndome al Perú. Si es así, significa que los problemas de la educación peruana no son únicos sino repetibles. De hecho, leer las columnas de opinión sobre educación escolar en los diarios argentinos, venezolanos, ecuatorianos, colombianos, chilenos, etc. lleva a la misma confusión respecto del país del que se habla, como en este caso ocurre con Panamá. En otros términos, hacer lo que todos están haciendo en la región no nos llevará muy lejos. Ellos invierten más que nosotros per cápita, pero están estancados en los mismos problemas que nosotros por décadas. Insisto, por tanto, en hacer notar que si no hay una revolución educativa que tome distancias de los paradigmas “reformistas” convencionales, no saldremos del hoyo. Solamente si tuviéramos propuestas atrevidas, creativas, innovadoras –que el gobierno aún no ha planeado– podríamos salir de la cola mundial.