El diálogo frecuente con promotores, directores y profesores de colegios privados en crisis (con retiro de buenos profesores y alumnos), permite tipificar algunas causales frecuentes del deterioro institucional. Así, cuando los promotores me consultan qué hacer para revertir la crisis, les sugiero repasar los ítems que describo a continuación, y si corresponden a su realidad, rectificarlos a la brevedad.

1). Si el director es complaciente con el directorio o promotor, suele ocurrir que miembros del directorio cuyos problemas, psicopatías o preferencias personales penetran en la institución, logran manipular al director y a través de él amedrentar o deshacerse de los profesores que no gozan de su simpatía. Curiosamente muchas veces son profesores en quienes estos directivos proyectan las culpas de los problemas que presentan sus hijos.

2). Si los directores son prepotentes y autoritarios, éstos acostumbran reprimir y acosar psicológica y laboralmente a los profesores, generando mucha tensión y hostilidad. Una práctica autoritaria común consiste en acosar a algunos trabajadores con amenazas de sanciones o despidos, para enseñarles a todos lo que les pasa a quienes no se someten al sistema.
Por un tiempo los profesores se quedan paralizados por el temor a ser despedidos, pero luego, basta que uno abra el caño para retirarse, para que se produzca el desembalse y la salida en mancha de otros, especialmente los mejores que tienen más opciones de recolocación en otros colegios.

3). Hay casos en los que se asciende a roles de poder a profesores cuyas patologías sintonizan con las del director, desde los cuales espían y hostilizan a sus pares para asegurarse la aprobación de su jefe.

4). Usualmente los profesores descontentos e indefensos, denuncian (a veces anónimamente) al colegio ante el Ministerio de Trabajo, Educación, Indecopi, Sunat ó los medios, con el consecuente escándalo.

El proceso de crisis y decadencia es bastante previsible. El maltrato de los promotores y directores de colegios a los profesores, en especial a los que quieren despedir, se convierte en una señal de alerta a los buenos profesores. Estos asumen dos cosas: “lo que le hacen a mi colega refleja la disposición de los directivos hacia cualquiera que sea profesor” y también, “lo que hoy le hacen a mi colega mañana me lo harán a mí”. Así que, a buscar otro trabajo.
Claro que son pocos los profesores que se pueden ir de inmediato. La mayoría va moviendo sus fichas y colocando su currículo esperando una mejor opción. En cuanto llega, se van aunque les ofrezcan el oro y el moro por quedarse. Los directivos parecerán perplejos preguntando ¿porqué se van?. Pocos entenderán que la renuncia de hoy no nació ayer, sino tiempo atrás, cuando se instaló el maltrato.
Seguidamente, los padres que detectan a través de experiencias propias o las de sus hijos que el ambiente escolar es tóxico, buscan otros colegios para ellos. Finalmente, el colegio en decadencia, se queda sin sus mejores profesores y un número crítico de alumnos, perdiendo atractivo y rentabilidad.
Lamentablemente, el deterioro se puede tornar irreversible.

He visto repetirse este esquema una y otra vez, y no deja de sorprenderme como algo tan elemental no es entendido y asimilado por quienes dirigen entidades educativas. Cada día recibo en mi página web currículos de profesores que quieren salir de sus colegios (inclusive reputados y con buenos sueldos), ofreciéndose para colocarse en otras instituciones. Lo curioso es que, contrariamente a lo que se podría pensar, a la par de los profesores de perfil bajo hay muchos muy destacados. Quizá precisamente porque ellos son los más sensibles al buen clima institucional y a la importancia de la coherencia entre el buen trato a los profesores y el buen trato a los alumnos. Uno no puede existir sin el otro, porque un profesor no puede actuar con sus alumnos como si estuviera en una isla descontextualizada del colegio.

De modo que los colegios que están pasando por este trance harían bien en hacer una profunda introspección y autocrítica y dejar de pensar que echar la culpa a terceros o matar la memoria de los colegas que ya se han ido resolverá sus culpas y problemas por mal manejo institucional.

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