Si introdujéramos todos los datos existentes sobre la realidad de la educación peruana en una computadora, esta llegaría fácilmente a la conclusión de que es inviable. No da para más. Cada vez tenemos profesores peor formados y remunerados, burócratas más ineficaces y alumnos que aprenden menos. Cada vez menos inversión por alumno y fracasos más generalizados, como aquel dato que dice que al cabo de 11 años, solamente 20% del total de alumnos que ingresaron al 1er grado de primaria culminan el 5to año de secundaria.
Sin embargo, si se ponen esos mismos terribles datos del diagnóstico educacional en el corazón de los maestros o en la boca de la mayoría de los políticos y burócratas oficiales de la educación, dirán que hay mucho espacio para ser optimistas, que en el Perú se producen experiencias innovadoras que son la envidia de otros países, que la nueva secundaria y el “Plan Huascarán” revolucionarán la educación peruana, que los resultados de la red de escuelas de “Fe y Alegría” son un buen ejemplo de lo que se podría hacer para mejorar la escuela pública, procurando de este modo consolarse y proveernos de alguna ilusión triunfadora que opaque una realidad muy deprimente: la mayoría de los alumnos peruanos de hoy no saben leer y escribir, ni sumar, restar, multiplicar y dividir.
En vista que la Comisión de Educación del Congreso está elaborando el proyecto de una nueva “Ley General de Educación” para sacarlo a debate en abril próximo, quisiera sugerir que ella se inspire en el objetivo de cerrar la brecha entre el voluntarismo y la realidad, de modo que las expectativas que guíen el articulado de la ley se conviertan realmente en mejoras para nuestra educación, y que las innovaciones escritas en el papel penetren realmente el aula. Sugiero entonces que nos inspiremos en lo obvio.
Ocurre que las políticas y propuestas educativas han dado tantas vueltas sofisticadas en torno a las teorías inventadas por los europeos y las prácticas educacionales vendidas por los organismos de cooperación internacional, que los peruanos nos hemos quedado en nuestra ruina pedagógica. Los profesores enseñan bajo el enfoque del constructivismo sin saber de qué se trata; supuestamente evalúan con criterios cualitativos pero en su mente tienen las notas numéricas de siempre; dicen educar hacia la democracia pero lo hacen con métodos autoritarios; sugieren fomentar la integración y la tolerancia pero usan estrategias rígidas, uniformes y autoritarias. El Ministerio propone una pedagogía que se distancie del memorismo y fomente el pensamiento crítico, creativo y libre, sin embargo se selecciona a los nuevos maestros mediante exámenes enciclopédicos y memorísticos.
Como hay que estar a la moda, el Ministerio propone un currículo que contemple la prevención del embarazo adolescente, sida, alcoholismo, la drogadicción, violencia, así como estimular la formación de una conciencia tributaria, la inserción laboral, etc. Sin embargo esos vicios y carencias están cada día más presentes sin que nadie se pregunte si realmente la escuela peruana es capaz de formar hacia esos valores. Por si fuera poco, esa acumulación de expectativas irrealizables opacan cada día más la prioridad de enseñar a leer y sumar.
¿Qué hacer? Rescatar lo obvio.
¿Qué hacer? Rescatar lo obvio.
Es obvio que si el mayor potencial de los niños se desarrolla en sus primeros cuatro años de vida el sistema educativo no puede esperar a hacerse cargo de ellos recién a partir de los cinco años. Es obvio que si los 50 mil colegios que existen son todos diferentes entre sí, no se puede pretender reglamentar bajo el supuesto que todos son iguales. Es obvio que si el escalafón docente solo permite el ingreso de los maestros y no contempla la salida de los incapaces, la calidad docente siempre caerá. Es obvio que sin directores fuerte las instituciones no tendrán cabeza. Es obvio que si un alumno no aprendió tempranamente a leer y escribir no podrá aprender ninguna de las otras materias del currículo. Es obvio que si un profesor no domina la computación no podrá alentar a los alumnos para que la usen. Es obvio que “el que mucho abarca poco aprieta” y que es preferible hacer poco pero bien que mucho pero mal. Es obvio que si la educación está ausente de las prioridades de los gobernantes nada cambiará. Es obvio que si nadie quiere tomar el todo por las astas, las cosas seguirán igual.
Nada de lo obvio inspira nuestra actual legislación educativa. Por eso, rescatar lo obvio puede convertirse en una gran revolución educativa.