Entre los analistas políticos más serios de los últimos años hay dos que provienen del mundo de la psicología: el psicoanalista Jorge Bruce y el psicoterapeuta Roberto Lerner cuyas columnas recomiendo leer regularmente. Recientemente han publicado dos memorables. “Un psicoanálisis colectivo: alcances y limitaciones de una toma de conciencia nacional” por Jorge Bruce el 10 6 2006 en SOMOS y “El cuatro de junio y los cuartos excluidos” por Roberto Lerner el 09-06-2006 en Perú 21.
Bruce dice que estas elecciones han funcionado como una suerte de psicoanálisis colectivo y parecen haberse producido ciertos insights masivos. Se ha impuesto de manera unánime la idea de una exclusión intolerable, que hay una fractura que recorre nuestra patria de Norte a Sur dividiendo identidades y regiones, que hay una división entre una mitad del país que es pobre y otra que no lo es tanto, que hay una desigualdad escandalosa entre los que más tienen y los que nada tienen, que la democracia es inviable en esas condiciones de inequidad, que todavía no ha calado la idea de que todos los peruanos tienen los mismos derechos y que nuestra organización social se nutre del sufrimiento de una gran masa de menospreciados que están excluidos, y finalmente, que el mensaje de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, tan estridentemente desoído, ha retornado por esos vericuetos del inconsciente, colocándose en el centro de las elecciones.
Los progresos hechos en la economía han estado escasamente acompañados por progresos éticos porque en el Perú se sigue negando al otro, se le denigra o desaparece. Sin embargo, irónicamente, el personaje que más ha contribuido a poner esos aspectos traumáticos de nuestra precaria identidad como punto central de la agenda, Ollanta Humala, tiene formas muy hostiles, cuestiona la democracia y está acusado de graves violaciones a los derechos humanos.
Hay que tener cuidado con que terminado el proceso electoral la gente tienda a reacomodarse, que las estructuras zamaqueadas recuperen su posición anterior y que las memorias azuzadas se adormezcan. Ese es el peligro y el desafío. Luchar contra esa amnesia que nos hace olvidar el sueño… o la pesadilla. Por lo tanto la tarea del nuevo presidente no puede limitarse a canalizar inversiones hacia las zonas más deprimidas sino promover el mutuo reconocimiento de peruanos separados por unas murallas cuyas compuertas solo se abrieron brevemente durante la campaña electoral y que hoy comienzan a cerrarse.
Por su parte Roberto Lerner sostiene que la segunda vuelta lejos de ser entendida como una competencia entre dos versiones del movimiento popular debe entenderse como el encuentro de las tres porciones de mentalidades que tenemos los peruanas: 25% y 25% en los extremos, y un colchón de 50% entre ellos. Lo explica así: “25% de peruanos quisieran que el Perú no fuera el Perú, lo quisieran norteamericano, chileno, europeo, les molesta estar confrontados cotidianamente con las taras de haber nacido en un lugar equivocado. Otro 25% sienten al Perú como entelequia inservible, opresora, excluyente, como un huésped que se ha convertido en dueño, invasor. El 50% restante no son ni chicha ni limonada, una suerte de sistema capilar que ingresa dentro de los otros dos cuartos, se mezcla con ellos, proviene de uno y se adentra en el otro, vive al país como dos orillas para las que son puente… Cada uno de los cuartos reconoce con dificultad al 75% restante como compatriotas”.
Lerner pone como ejemplo de los extremos de uno y otro signo ideológico a Mario Vargas Llosa el 1990 y Ollanta Humala Tasso el 2006 y como ejemplos de los líderes que apuntan al 50% restante a Belaúnde el 80, García el 85 y Toledo el 2001. Cuando los candidatos le hablan al 50% no tienen problemas con sus mensajes y logran ganar como en 1980, 1985 y 2001. Pero cuando asoma un candidato que habla directamente, sin ambages a, y en nombre, de uno de los cuartos, las cosas cambian. Fue el caso de Vargas Llosa hace 16 años y Ollanta Humala hace unas semanas. Ante ellos, el 50% que quiere muchas cosas pero ciertamente sin experiencias traumáticas, se alió con uno de los 25% para frenar al 25% del otro extremo. Fujimori la primera vez y García la segunda, lejos de vencer a la derecha o a la izquierda, fueron los mejores candidatos para frenar a quienes representaron a uno de los cuartos opuestos.
Terminadas las elecciones un 75% termina frustrado, traicionado, desencantado, nuevamente en búsqueda de quien los reivindique. Por lo tanto lo que Alan García tiene que tener presente siempre es su enorme responsabilidad para lograr que todos esos cuartos se reconcilien, se reconozcan, se necesiten.