Quienes hacemos vida pública activa, nos exponemos a las naturales discrepancias –a veces ácidas inclusive- con quienes piensan distinto, cosa legítima en democracia. Sin embargo, uno de los problemas que encuentro en nuestra inmadurez política y social es la facilidad con la que algunos confunden la expresión de las discrepancias con los agravios. Algo así como “si anulo o descalifico ética y profesionalmente a mi interlocutor, me siento mejor y le doy más peso a mi posición”.

Creo que los agraviados tenemos que hacer notar que esto no es bueno para la convivencia pacífica, mucho menos para la educación. Por ello comparto con ustedes la reciente columna que he publicado en los diarios regionales en respuesta a los agravios de un columnista
“Lo que el señor León Trahtemberg no dice…” fue el titular de un columnista de opinión publicado la semana pasada en un diario regional. Allí intercalaba sus opiniones discrepantes a las mías sobre el uso de los textos escolares interactivos y su futura sustitución por los materiales digitales, con inaceptables ataques y agravios hacia mi persona, motivados al parecer por su deseo de darle más peso a sus opiniones. Su lógica parecía ser “si ninguneo despectivamente a Trahtemberg, resaltaré más mis argumentos”.
Quisiera compartir con nuestros lectores y en particular con él y todos aquéllos que tienen algo que objetar respecto a mis argumentos como columnista o conferencista, algunas ideas producto de mi experiencia en el mundo de la pedagogía y la comunicación con audiencias interesadas en temas educativos.
1). Muchas de mis conferencias con profesores y padres en las que trato temas polémicos las termino diciendo, “después de todo lo que han escuchado, les pido que no me hagan caso. Nada gano si ustedes asumen mi manera de pensar o hacen las cosas que yo sugiero, por el solo hecho de que yo lo digo. Confronten, discrepen, comparen, escuchen a los que piensan diferente. Lo importante es que cada uno de ustedes se forme su propio pensamiento”. Dicho sea de paso, pienso que eso debería ocurrir también en toda aula de clases moderna.
2). Cada vez que alguien sienta el impulso de agredir y agraviar a alguien, pregúntese primero qué es lo que les motiva. ¿Que alguien piense distinto (como sienten los dictadores o fanáticos)? ¿Que les hagan ver algo que no le gusta o le duele? ¿La envidia o celos? ¿De dónde sale esa necesidad de agredir y agraviar?. A fin de cuentas, el agredido es solamente el “punching ball” o la piñata en la que el agresor descarga su descontrolada ira interna (como ocurre con el padre que le da una paliza a sus hijos para descargar su impotencia frente a su mala conducta, o con los hijos que les gritan “te odio” o “muérete” a sus padres porque no les permiten cumplir sus caprichos).
3). Hay otra dimensión que me preocupa de todo profesor, profesional, padre o madre que se expresan de modo insultante, agraviante y hostil sobre alguna persona con cuyas opiniones no concuerdan. Nadie es deshonesto o mentiroso una sola vez en su vida. Nadie inventa una actitud agraviante para aplicarla solamente a una persona que se le cruza en su camino en la vida. Quien lo hace con uno, lo hace con muchos más. Muchas veces inclusive con sus seres queridos o colegas más cercanos. Por eso, una de las primeras cosas que me suscita el escuchar a un personaje agraviando a otro, es preguntarme ¿cómo será su relación con su pareja y sus familiares? ¿con sus colegas, jefes o subordinados en la institución o empresa?
Y ahora regreso al columnista que me agravia. Bienvenida la discrepancia. Solo el tiempo dirá si él tiene razón en su argumento sobre la eternidad del libro escolar impreso de consulta, o si la tiene el fallecido Steve Jobs cuyas ideas sobre la extinción de los libros escolares para convertirse en materiales digitales interactivos que se bajarán a costos ínfimos en los iPads me parecen realistas, (ya ocurre en Corea del Sur), cosa que irritó a mi interlocutor. Finalmente, no importa mucho quién tenga la razón, porque la realidad se impondrá, discutamos lo que discutamos.
Lo que me parece inaceptable, es que para darle más fuerza a sus argumentos haya apelado al agravio, a descalificar despectivamente mis cualidades éticas e intentos de aportar a la educación peruana. Eso no lo entiendo de alguien que dice estar interesado en lo que sea mejor para la educación.
Muchas veces en mi vida me he disculpado con mis alumnos o padres de familia al darme cuenta de errores que cometí cumpliendo mi actividad docente o función directiva. Es más, hasta he escrito un libro sobre el tema. Mi único argumento de descargo era que actuaba de buena fe, sin deseos de perjudicar o agraviar a nadie, pensando en lo mejor para el alumno.
No espero nada personal de columnistas que escriben como él. Pero si detectan que se dejaron llevar por un impulso destructivo momentáneo, no estaría de más que revisen su actitud. Puede ser la oportunidad para aprender a desarrollar los frenos y filtros que necesitan para modelar sus actitudes y con ello tener la oportunidad de ser parte de una comunidad que cree en la convivencia pacífica. Sin duda sus familiares se lo van a agradecer.
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