Si un empresario solvente es convocado por el colegio de sus hijos para que sea parte del directorio o asociación de padres, si es de los que tienen genuino interés por la educación de sus hijos, suele aceptar gustoso. Asiste a cada sesión directiva, opina, colabora e incluso si hay algún requerimiento económico ó de otra naturaleza que el colegio tiene que resolver, hace alguna donación o ayuda buscando los contactos o profesionales que puedan resolver el problema.

 

Ese mismo empresario cuando decide aportar a la educación nacional, usualmente lo hace desde fuera, a través del programa de responsabilidad social de su empresa, encargando a algún ejecutivo o al relacionista industrial que se haga cargo. Asigna algunos fondos, con la consigna de priorizar los proyectos en función de aquello que permita lograr la mayor calma de la comunidad circundante o la mejor imagen institucional de la empresa. Es decir, no se compra personalmente el pleito por mejorar la educación peruana sino se limita a apoyar alguna actividad educativa que converja con los fines propiamente empresariales, sean de imagen, publicidad o relaciones públicas.

 

Obviamente el interés del empresario en el colegio de sus hijos es muy superior al del programa social empresarial, y por lo tanto su vocación por influir en la marcha del proyecto.

 

La educación peruana no mejorará mientras los empresarios que tienen peso político y económico personal y gremial no entiendan que comprarse el pelito por la educación tiene que ver más con asumir actitudes como las descritas en el primer caso (actuando en primera persona) que las del segundo caso (actuando en tercera persona).

 

El Perú necesita que los empresarios hagan un “Lobby pro-educación”. Que se comprometan a movilizar todos los recursos colectivos necesarios para poner el tema educativo en la agenda (junto con la investigación, ciencia y tecnología), porque sin eso el Perú no es viable, y sus empresas no podrán ser competitivas en el largo plazo. Los empresarios saben que si se lo proponen, pueden poner temas en agenda. Ser complacientes con la mediocridad educativa evidenciaría su desinterés por un futuro auspicioso para el Perú.

 

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