Alumnos y padres abordan a los educadores buscando luces para la segunda vuelta. Sin embargo, nuestra tarea no es la de adoctrinar ni inducir a posición política alguna, sino abrir espacios para que los alumnos puedan investigar, conocer y eventualmente tomar posición frente a asuntos de orden personal, social o político. Nos corresponde facilitar ese proceso, dándoles las herramientas de análisis que les permita ponerse en las distintas posiciones para desmenuzarlas, entenderlas, confrontarlas, descubrir sus fortalezas y debilidades.
Dada la centralidad de lo ético y cívico para la educación les sería útil identificar algunas de estas dimensiones en las personalidades y discursos de los candidatos, para lo cual puede ser valiosa la lectura de destacados columnistas políticos de diarios y además de psicólogos y educadores como Saúl Peña, Jorge Bruce, Roberto Lerner, Julio Cotler y Constantino Carvallo, que han buscado que hacer aportes explorando las profundidades de la mente de los peruanos y particularmente de los candidatos punteros.
Curiosamente han hablado poco de Alan García, de quien comentaré la próxima semana. Quizá porque ya lo conocen y se han preocupado más por el candidato desconocido. Sobre Ollanta Humala resulta llamativo que en ellos predominara un fuerte temor hacia el autoritarismo dictatorial que su personalidad les suscita y al resultado político social que podría traer el triunfo de quien estimula y a la vez es depositario del voto hepático, de la rabia y el rencor de los excluidos. Inclusive hay teorías (que no comparto) que dicen “de tal palo tal astilla”, culpando al candidato Ollanta Humala de las perversiones raciales y homofóbicas de sus padres y hermano.
La preocupación de los psicólogos y educadores es lógica. No hay dictador que sea mentalmente sano, porque éste parte del principio de que es un ciudadano superior, predestinado para salvar a su pueblo, y siente que tiene que hacerlo a sangre y fuego, porque las reglas democráticas del siglo XX son muy estrechas para cumplir su misión. Esto lo lleva a dividir el país en dos: conmigo o contra mi; y en esos casos… al río; a sentirse infalible, omnipotente e imprescindible. Por eso es que los dictadores saben tomar el poder en democracia, pero solo lo abandonan escapando, presos o muertos. Haría bien Ollanta Humala en asumir compromisos explícitos que espanten esos fantasmas que comparten muchos padres y alumnos.
En cuanto a Alan García, los principales columnistas políticos y de asuntos psicológicos se han referido a sus antecedentes como gobernante impetuoso y poco propenso a escuchar consejos antes de anunciar decisiones políticas y económicas complejas como la estatización de la banca o el sangriento develamiento de El Frontón.
Se han referido también a la extraña fuga de Víctor Polay -de ancestros apristas-, y muy especialmente al caótico manejo económico que no solo causó la mayor hiperinflación de nuestra historia sino que además abrió la puerta al enriquecimiento repentino de quienes manejaban los papeles de la deuda externa, el dólar MUC y las empresas públicas. No faltaron quienes le recordaron las acusaciones de enriquecimiento ilícito vencidas por la prescripción de sus juicios.
Alan García se presentó ante la sociedad peruana para decir “aprendí de mis errores” y “merezco una segunda oportunidad”. Como educadores somos propensos a acoger los propósitos de enmienda de quienes luego de errar quieren arrepentirse y corregir, por lo que debiéramos alentar a nuestros alumnos a ver esto como un valor educativo de primer orden. La pregunta crucial es si al reconocimiento de los errores y el arrepentimiento debe corresponderle el perdón con una segunda oportunidad en el mismo rol desde el cual se cometieron las trasgresiones censuradas. Otra pregunta, quizá previa a la anterior, es si el arrepentimiento ha sido realmente sincero y ha dado paso a una renovada actitud en el ejercicio de la autoridad.
Cuando Alan García expresa su arrepentimiento por su mala gestión presidencial diciendo que fue “producto de su ímpetu juvenil y su gran deseo de servir a su patria”, lejos de autocriticarse lo que hace es exculparse haciéndose un autoelogio. ¿Quién puede ser culpado por su amor a los pobres?. Cuando Alan García a punto de ser demandado por Jesús Lora por la patadita dice “si él cree que lo he agredido, me disculpo”, está evidenciando soberbia e incapacidad de reconocer errores, más que voluntad de arrepentimiento y enmienda.
Posiblemente los temores respecto a Alan García se disiparían mejor si se escuchara de él una auténtica autocrítica, que además tendría un enorme valor educativo.