Marcel Marceau, militante de la resistencia francesa que salvaba niños de la deportación, supo en 1944 de la muerte de su padre judío en Auschwitz. Luego de la guerra declaró: «Estaba harto de recordar el Holocausto. Sólo quería actuar, hacer mi carrera. Pero al madurar entendí que no hay que olvidar, la memoria es necesaria para que el horror no se repita». En el año 2000 recordó que así como lloró por su padre, también lo hizo por los otros muertos: «Entre los niños quizás estaba un Einstein, Mozart o alguien que hubiera descubierto una droga contra el cáncer». Marcel Marceau murió el mismo día que Alberto Fujimori llegó detenido al Perú. No puedo dejar de hacer algunas asociaciones simbólicas entre ambos.
1). Si Hitler no hubiera matado con sus propias manos a ninguna persona, al igual que Guzmán o Pinochet, ¿eso los hubiera liberado de su responsabilidad penal genocida?
2). Hartos, hay quienes sugieren dejar en paz a Fujimori y olvidar los delitos en los que los procuradores peruanos y vocales chilenos reconocen que estuvo involucrado. Pero eso no lo convierte automáticamente en inocente, ni previene que algún otro gobernante reitere la misma conducta censurable.
3). Murieron algunas decenas de personas entre Barrios Altos y La Cantuta. Un pequeño precio por la pacificación, dicen sus defensores. Pero cada una de estas personas era una biografía con derecho a la vida. ¿Hubieran pensado distinto si se hubieran apellidado Grau, Bolognesi, Haya de la Torre, Mariátegui, Basadre o Fujimori?
4). Marceau decía: «El silencio no tiene límites para mí. Los límites los pone la palabra». Buena parte de los actores del poder en el Perú en la década fujimorista prefirieron autolimitarse con el silencio, seguir adelante con sus actividades y negocios bajo la consigna «No te metas y no te pasará nada». En este caso, los límites del silencio los puso la palabra… pero la palabra no dicha, la autocensurada, la acomodada para no irritar, como ocurre hasta hoy inclusive.
Enjuiciar a Fujimori implica enjuiciar nuestros silencios, nuestras pantomimas evasivas, nuestras palabras no dichas, nuestro pasado vergonzoso y nuestro futuro chavista o pinochetista, evitado principalmente porque Fujimori no podía operar sin el fugado Montesinos. Y por lo que ya se observa desde ahora, en el 2011 elegiremos entre premiar la impunidad e indultar al probable reo, o completar la terapia nacional que tanta falta nos hace para continuar nuestra transición hacia una democracia decente.