En mis diversas conversaciones con promotores, directivos, directores y profesores escolares, me está resultando cada vez más notorio cómo hay ciertos temas que se repiten una y otra vez en los más diversos colegios, privados y públicos, -aunque más acentuadamente en los de clase media y alta-, como si fueran temas generacionales.

Por ejemplo, el ancestral bullying que ahora ha adquirido más presencia en la agenda de preocupaciones de los padres de familia; la presunción de que los hijos tienen Déficit de Atención con posturas tomadas a favor o en contra de usar medicación; el deseo de más programas de prevención de drogas; la comida nutritiva que debería haber en los kioskos escolares, la expectativa de que haya celebraciones abiertas a los padres (a manera de show, para que les tomen decenas de fotos a los hijos); etc.

Sin embargo, un asunto que resulta particularmente notorio es el de la actitud defensiva y sobre protectora de cada vez más padres respecto a cualquier señalamiento del colegio sobre problemas de conducta, sociales o de estudio de parte de sus hijos. Defender ciegamente a los hijos planteando que todos tienen la culpa menos su hijo (a) -sean los otros compañeros indisciplinados o los profesores incompetentes-, ponerse agresivos, intimidatorios o amenazantes ante los profesores o tutores, lo único que logra es que éstos no les transmitan a los padres toda la información sobre lo que les preocupa de su hijo (a), o que pasen por alto sus faltas (para no tener problemas con los padres). Con ello los únicos que pierden son sus hijos, porque los padres desperdician la oportunidad de recibir información amplia sobre ellos y orientaciones útiles por parte del colegio, quitándose a sí mismos la oportunidad de intervenir a tiempo para corregir esas conductas o dificultades, que sin duda no se van a extinguir por sí solas, sino agravar o quedar latentes y explotar en el futuro.

¿Qué ganan con eso los padres? Nada. La sonrisa manipuladora del hijo o hija, que por un lado se siente triunfante en su objetivo, pero por otro lado sabe que está actuando mal y que sus padres se lo están permitiendo. En suma, sienten que a sus padres no les importa si sus hijos actúan mal, sino tan solo que nadie se los diga. No encuentro que eso pueda generar mayor amor de los hijos hacia sus padres.

Recuerdo a un alumno que le dijo a su profesor “si no me sube la nota, la traigo a mi mamá para que ladre un poco y verá como le hacen cambiar la nota”. Me dejó pensando en la imagen de madre y profesor que tiene este joven, y en la capacidad que eso le deja a la familia y al colegio para corregirlo. Después de eso durante la infancia, que queda para la adultez ¿sobornar a los jueces para que no castiguen al hijo trasgresor?

Muchos padres y madres de hoy no logran entender que sobreproteger, encubrir, o desconocer las faltas de sus hijos, solamente los debilita, porque no les enseña a enfrentar las consecuencias de sus actos, ser responsables y auto-disciplinados, actuar en función a ciertos límites, reglas y valores, y sobre todo, ser autónomos. Los vuelve dependientes de lo que hagan sus padres por él o ella, y les enseña a esperar que otros les arreglen el mundo para que ellos sigan haciendo lo que les place.
Eso está muy lejos de ser una buena educación.

No olvido el caso de un padre de familia que tenía un alto cargo en el gobierno que en su primera cita con la tutora le dijo: es posible que te sientas intimidada por mi posición pública. Te ruego que hagas un esfuerzo por luchar contra eso y me trates como a cualquier padre, que además será el primero en escucharte con interés y apoyarte en lo que consideres beneficioso para la educación de mi hijo.

No es difícil adivinar que ese joven logró mucho por sí mismo en su vida.

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