Imaginemos un hogar conformado por dos padres y tres hijos jóvenes. Nunca ha habido divorcio ni adulterio. La madre es una abnegada ama de casa. Van a misa regularmente los domingos. El padre paga sus impuestos, vota en las elecciones gremiales y políticas, dona dinero para obras sociales y junto con la madre se han preocupado por mandar a sus hijos a colegios y universidades prestigiadas. En suma, desde el punto de vista macrofamiliar, una familia intachable.
Sin embargo, una mirada al interior de esta familia nos muestra un padre autoritario que aplasta sicológicamente a su esposa, que vive tensa y deprimida su rol familiar. El hijo intermedio cumple con excelencia sus responsabilidades universitarias, pero la hija mayor es anoréxica y el menor es drogadicto y por su mala conducta ha tenido que ser cambiado dos veces de colegio. En suma, desde el punto de vista microfamiliar, una familia totalmente disfuncional. En este caso, mientras más se elogie al padre por sus logros familiares, más ocultará su realidad interna, más resentimiento acumularán su esposa e hijos por la disonancia en la que viven, y más explosiva se hará la situación familiar.
Algo parecido ocurre en el Perú cuando se ensalzan los logros macroeconómicos del gobierno prescindiendo del análisis de la situación microeconómica de las familias y el ambiente de corrupción, violencia, egoísmo y podredumbre moral que observamos en los principales líderes, autoridades e instituciones rectoras del país. Pretender encubrir los fracasos éticos y sociales, la discriminación y exclusión de los más pobres, bajo el manto del éxito macroeconómico, lo único que va a lograr es acercarnos al momento del incontrolable estallido social.
Cuando el manejo de las cifras macroeconómicas encubre que la riqueza que genera el crecimiento económico se queda embolsada en pequeños sectores modernos que concentran el capital y la tecnología, pretende encubrir la creciente inequidad y propone que los pobres esperen el arrastre que la inercia económica producirá, se pone en peligro la democracia. Cuando los adinerados tienen acceso a todas las ventajas en seguridad, educación, salud, vivienda, “justicia”, jubilación, y los pobres tienen todas las desventajas de la exclusión y la falta de acceso a servicios de calidad con un mínimo sentido de equidad, se desvanece el sentido de la vida en democracia. Algo de eso nos está pasando, así que tengamos cuidado con los triunfalismos macroeconómicos.