Hace 25 años solo 3 países latinoamericanos tenían gobiernos democráticamente elegidos: Costa Rica, Colombia y Venezuela. 25 años después, a excepción de Cuba todos los países latinoamericanos viven bajo regímenes democráticos, pese a lo cual el ingreso per cápita apenas ha aumentado en 300 dólares. La acumulación de riqueza en pequeños sectores modernos ha crecido a la par que la inequidad. Las democracias son básicamente electorales y pese a que no garantizan el derecho a la vida y a la seguridad física de la población la clase política las defiende aduciendo que bajo ellas no hay torturas y asesinatos como bajo las dictaduras. El consenso de Washington que enfatizó la liberalización financiera y comercial, desregulación, privatizaciones y disciplina fiscal, no alivió la pobreza ni elevó el nivel de vida de la población. Es más, aumentó la inequidad y arrojó a amplios sectores de la población hacia la economía informal.
El desencanto con la democracia ha ido creciendo porque no ha habido un avance parejo entre el progreso económico y el progreso cívico y la inclusión social, al punto que el informe del PNUD del 2004 “Democracia en América Latina: hacia una democracia de los ciudadanos” informa que casi la mitad de la población latinoamericana es pobre (225 millones) y el 48% apoyaría un gobierno dictatorial capaz de resolver los problemas económicos. El estado se ha debilitado y es incapaz de influir, controlar, regular o beneficiarse de los procesos trasnacionales o resistir las tendencias hegemónicas externas. La ilegalidad se ha extendido. La naturalidad de la corrupción es tal que el 44% de los encuestados estarían de acuerdo en pagar el precio de un cierto grado de corrupción con tal de que las cosas funcionen bien. En cuanto al empleo, siete de cada diez empleos creados desde 1990 son informales y solo seis de cada diez empleos formales tienen acceso a algún tipo de cobertura social incluyendo la jubilación. Los lobbys se multiplican, el narcotráfico se fortalece y los medios de comunicación se van convirtiendo en suprapoderes al servicio de intereses particulares que con frecuencia limitan la soberanía de las instituciones públicas. Pese a todo, los gobiernos como el peruano celebran por sus cifras macroeconómicas.
Quizá valdría la pena hacer un ejercicio para dimensionar adecuadamente lo que nos está pasando. Imaginemos un hogar conformado por dos padres y tres hijos jóvenes. Nunca ha habido divorcio ni adulterio. La madre es una abnegada ama de casa. Van a misa regularmente los domingos. El padre paga sus impuestos, vota en las elecciones gremiales y políticas, dona dinero para obras sociales y junto con la madre se han preocupado por mandar a sus hijos a colegios y universidades prestigiadas. En suma, desde el punto de vista macrofamiliar, una familia intachable.
Sin embargo, una mirada al interior de esta familia nos muestra un padre autoritario que aplasta sicológicamente a su esposa, que vive tensa y deprimida su rol familiar. El hijo intermedio cumple con excelencia sus responsabilidades universitarias, pero la hija mayor es anoréxica y el menor es drogadicto y por su mala conducta ha tenido que ser cambiado dos veces de colegio. En suma, desde el punto de vista microfamiliar, una familia totalmente disfuncional. En este caso, mientras más se elogie al padre por sus logros familiares, más ocultará su realidad interna, más resentimiento acumularán su esposa e hijos por la disonancia en la que viven, y más explosiva se hará la situación familiar.
Algo parecido ocurre en nuestra región cuando se ensalzan los logros macroeconómicos del gobierno prescindiendo del análisis de la situación microeconómica de las familias y el ambiente de corrupción, violencia, egoísmo y podredumbre moral que observamos en los principales líderes, autoridades e instituciones rectoras del país. Pretender encubrir los fracasos éticos y sociales, la discriminación y exclusión de los más pobres, bajo el manto del éxito macroeconómico, lo único que va a lograr es acercarnos al momento del incontrolable estallido social.
Cuando el manejo de las cifras macroeconómicas encubre que la riqueza que genera el crecimiento económico se queda embolsada en pequeños sectores modernos que concentran el capital y la tecnología, pretende encubrir la creciente inequidad y propone que los pobres esperen el arrastre que la inercia económica producirá, se pone en peligro la democracia. Cuando los adinerados tienen acceso a todas las ventajas en seguridad, educación, salud, vivienda, “justicia”, jubilación, y los pobres tienen todas las desventajas de la exclusión y la falta de acceso a servicios de calidad con un mínimo sentido de equidad, se desvanece el sentido de la vida en democracia. Algo de eso nos está pasando, así que tengamos cuidado con los triunfalismos macroeconómicos.